Presentación

Bien, voy a empezar presentándome y a explicar el por qué de este blog.

Soy Claudia, 17 años, estudiante y aficionada a escribir en ratos libres. Me gusta escribir, pues siempre me ha ayudado a desarrollar mi imaginación, mi capacidad de redacción y en general, a crear sinopsis, entre otros. Llevo exclusivamente en esta novela cuatro años. He investigado todo lo que he podido (Y sigo en ello) acerca de la ambientación de la historia ya que es cien por cien real, exceptuando lo que es "la vida" de la protagonista, los personajes y sus vidas particulares. Al ser uno de los hechos históricos más relevantes del mundo, decidí ambientarme en esta época por la cantidad de mensajes que es capaz de transmitirnos. Me resulta interesante y a la vez, alentador.
Empecé con esto hace ya tiempo, como anteriormente he mencionado, pero sólo con un objetivo: el terapéutico. Me ayuda a evadirme ya que mi creatividad es un rasgo característico en mí. Era privado, sólo lo leía yo, hasta que no hace mucho, una amiga empezó a leerlo: llevaba sólo unas 20 páginas, pero le encantó. En busca de nuevas propuestas y opiniones fui pidiendo consejos e ideas a mis amigos y conocidos, que me ayudaron y recibieron con buena crítica la novela en proceso.
Como quiero seguir adelante con esto, necesito un apoyo más grande, es decir: lectores. Ahí es donde entráis vosotros. Espero que disfrutéis, gracias :)
Nota: Este es un borrador, así que habrán fallos de escritura y el texto está sin pulir así que espero que lo entendáis. Voy poco a poco reformando partes y corrigiendo pero es algo costoso y tardaré un tiempo en completarlo. Gracias por vuestra compresión!

jueves, 4 de septiembre de 2014

Queremos salir





Capítulo 5

“Queremos salir”

Una sombra. Dos niños pequeños. Están corriendo en un parque, parecen felices, pero entonces la

imagen se funde en negro. Otra escena. Una habitación. Está tan oscura que apenas puedo ver nada,

pero prefiero no fijarme, porque se me hiela la sangre con sólo oírlos llorar. “Sácanos de aquí,

Chloris.” Y una mujer entra, al abrir la puerta pasa mucha luz, y observo como se lleva uno a uno a

los niños, que no dejan de patalear y gritar. Todos se encuentran en un aspecto inhumano: marcas,

heridas, desfiguraciones, quemaduras y extremidades engangrenadas. Me escondo detrás de un

armario, y cierro los ojos, tan fuerte que me tendría que quedar ciega, pero... los abro.

-Diana...-Es Helen. Le cojo la mano fuerte, ojalá pudiera contárselo. Su rostro enhiesto deja paso a

una cara extrañada,-¿Qué te ha pasado?

Silencio. Intento hacerle una mueca, y me llevo los dedos a la garganta.

-Oh, por el Fürher...-Y se va. Lo cierto es que no tengo ganas de hacer nada, y tampoco creo que

esté capacitada para ello. Pasan las horas, hasta que descubro a mi gato durmiendo en la cesta. Lo

cojo e intento hacer que deje de arañarme sin éxito. Necesito dormir, pero me persiguen. Entonces,

no sé cuánto tiempo después de cerrar los ojos de nuevo, recibo otra visita.

-Toma. Escribe lo que quieras, pero al menos, intenta contarme lo que te ha pasado... Estamos todos

muy preocupados.-Cojo el papel y el lápiz, y escribo con un pésimo pulso, una pregunta. Ella la lee,

y una confundida mirada me hace pensar que la cosa es peor de lo que creía.-No, no, Diana, no me

digas que no lo recuerdas... Creí que sólo era un susto, aunque todos me lo negaban... Te

encontramos abajo, enfrente del armario, sobre el suelo. Nadie sabe qué viste... Te has quedado en

shock. El médico dijo que quizás...-Sus ojos brillan.-No vuelvas a ser la misma...



Se marcha, rápido. Desaparece, y junto a ella, todas mis esperanzas, y Astrid no suele hacer esas

cosas. Es por la tarde, y sigo sin moverme. Jörg viene con un libro y me cuenta un cuento.

Últimamente ha mejorado su capacidad de narrar historias, y lo sabe, ya que se enorgullece mucho

de ello. Es una chispa en su mirada la que me hace creer en que la felicidad vive en la ignorancia,

los imposibles, en los cobardes, y el miedo, en la cabeza. Ellos eran así. Tenían una vida por

delante, sueños, y la genuina imaginación propia de esas edades. Y cuando eso te es arrebatado...

¿Qué? Me duele demasiado la cabeza... el hematoma de la sien derecha me hace volcar el mundo un

par de veces. Deseo que pasen las agujas del reloj, pero sin que el sol se ponga. Pronto tendré sombras

en mi alrededor, y bajo mis ojos. De no dormir, y por ellos. Ahora que saben que yo les he visto,

llaman mi atención, como almas olvidadas por el tiempo, sólo la compañía del polvo y los años han

perdurado. Ni siquiera el recuerdo, ni siquiera sus gritos en las paredes, sus arañazos en las puertas,

sus juguetes, sus ropas hechas hebras. Esta noche duermo abrazada a la almohada, e intento pensar

en que alguien está a mi lado, por desgracia, la almohada es tan fofa que al tacto se nota que no es

piel, pero no me importa apenas, solo quiero apoyarme en algo.

Un segundo sueño.

Tengo 10 años. Estoy sentada en el suelo, porque me sangra la pierna, y no puedo caminar. A mi

lado hay una niña con un bebé en brazos, que no para de llorar. Cinco niños más están en la sala.

Me es familiar. Parece una de las habitaciones del orfanato, pero la decoración es más antigua, y

destaca un cuadro, un retrato de Bismarck en carboncillo. Hay un niño en muletas que lleva

tornillos en uno de sus pies. Está infectado, y dice que no puede moverlo. Tengo que ayudarlo,

parece sufrir mucho. Al acercarme veo que el metal no sólo le ha perforado el talón, si no que

además, está oxidado. Es el tétanos... Le miro a los ojos, y me coge una muñeca y me acerca a él. Su cara está justo enfrente de la mía

-Queremos salir.

Cuando abro los ojos de nuevo estoy cubierta de sudor, y mis manos se encuentran estrechamente

agarradas a las sábanas. El rostro de Astrid es el primero que veo.

-Diana, tranquila. Ha sido sólo un sueño, no pasa nada, ¿Vale? Ven conmigo, necesitas lavarte.

Son sólo las cuatro de la mañana, pero no somos las únicas desveladas. Frunzo el ceño al verla entrar en el aseo y hacerme señas para entrar.

Tras lavarme y cambiarme, me siento un poco más despejada. Al mirarme al espejo del lavabo, no me reconozco. La chica que está enfrente de mi en estos momentos está pálida, con profundas ojeras que rodean sus ojos, con su pelo enredado y desaliñado cubriéndole una parte de la cara. Esta no soy yo. Esta es otra. Astrid me coge de sorpresa y me abraza. Llora. Me estrecha tanto contra ella que me hace pensar que es mi amiga la que sufre más que yo. Me siento muy mal ahora que todos están preocupados por mí. Vine aquí porque no tuve otra opción, mi primer objetivo era no causar problemas. Ella no habla porque sabe que la entiendo. No puedo hacer más que seguir pegada a ella.

Vuelvo a despertarme, pero no recuerdo qué ha pasado. Me encuentro un libro en mi mesilla. No tiene título. Lo sostengo entre mis manos y lo abro. Hay páginas y páginas, todas en blanco. Las paso rápidamente. Y una idea me ilumina. Entonces me levanto, me voy a un salón de la planta, poco iluminado, curioso. Me siento frente a un piano, cuyas teclas, amarillentas por el tiempo, guardan melodías que sonaron hace años. Empiezo a pulsarlas. Primero despacio, luego al compás. De tres en tres, formando acordes, y algo me hace recitar, al son de la melodía, palabras, frases. Una canción. Por un momento presto atención en hacer las dos cosas a la vez, como si la melodía fuera parte de algo que debía cantar. Mis dedos apenas se turban, mi mente está despejada y libre. Respiro hondo, y tras unos momentos de sincronía, me detengo.



Estoy agotada. Mis manos, inmóviles, posadas sobre la tapa del piano son como parte de un cuadro, tan blanquecinas, pálidas. Después las arrastro hasta el borde y caen. A pesar de que tiene polvo, no me inmuto y salgo de la habitación. Cuántas cosas han pasado en tan poco tiempo... Parece ayer cuando estaba en mi antigua habitación, en München; leyendo un de mis libros de la estantería, intentando evadirme de la realidad. Era uno de mis muchos intentos (Fallidos, por cierto) de fingir no oír a mi tío, que ya se había bebido dos botellas, rompiendo cristales y gritando canciones que nadie ha oído nunca. Pero al menos ese era mi hogar, mi casa. Ahora mi tío está muerto, mi hermano, en una Napola, para que un día muera en el frente, y yo muy lejos de ellos, aunque creo que mi tío, a pesar de haber fallecido, me resulta más cercano que mi hermano, ya que éste ha cambiado tanto que se me hace irreconocible. Si ahora supieran las condiciones mentales en las que me encuentro... No creo que mi tío consiga adoptar una posición estoica, ni que mi hermano me diga que todo va a salir bien. Pero ahora ellos no están aquí. Agarro el medallón de mi madre, quizás ella me ayude, de alguna forma.



El tiempo pasa rápido a tramos. Mientras que corro las cortinas de las habitaciones para evitar que el frío invernal de la noche entre, aún oigo esas voces tan familiares que escuché en mis sueños. ¿Quizás sea el viento, que sopla y se filtra a través de lo vidrios? Tal vez sea eso, o tal vez esté enloqueciendo. Mi gato me sigue a todas partes. Su extraño comportamiento me irrita; no me gusta que me miren, aunque sea un animal quien lo haga. Pero por otro lado me parece que sólo quiere ser cariñoso conmigo. Aún no tiene nombre. Adalrik. Sí.


Es la hora de cenar, pero no tengo ganas de que los ojos de todos los niños del orfanato me miren como si fuera un objetivo. Incómoda y esquiva. Esquiva e incómoda. Esas dos palabras juegan en mi mente como lo que podrá pensar Helen de mí. Sólo ha pasado un día, pero todo es tan confuso...

Me quedo en la cama, sentada. Adalrik viene y se queda conmigo. No me deja tocarlo demasiado, parece que él está aturdido también. Me dedico a mirar por la ventana. Me gusta mirarlas, te ayudan a saber qué hay afuera: si es de día, si es de noche, o si llueve. ¿Qué haría sin ventanas? Me volvería loca. Ah, no, que ya lo estoy casi. Quizás sea porque tengo ventanas, y al menos puedo ver el mundo exterior. Las horas pasan como las agujas del reloj, nunca se paran, siempre siguen. Me canso y la fatiga entra por la puerta principal, acompañada de somnolencia y mareos, sus compañeras. No pueden salir porque alguien olvidó abrir la puerta de atrás, y yo no puedo  hacerlo, porque estoy tan agotada que moverme supone un esfuerzo sobrenatural. Ojos caídos, mente en blanco. Volvemos otra vez atrás. Estoy rendida.

Rendida.





Como un eco eterno:

Rendida.



Unas manos llenas de sangre coagulada aparecen en primer plano. Son de alguien mayor, pues parecen desgastadas, arrugadas y curtidas por los años. La piel, seca, aunque bañada en rojo, forma arrugas y pellejos colgantes de ambos extremos de cada una de las manos. Bajo la capa rugosa se pueden observar el volumen y el contorno de las venas. Está una posada sobre otra, descansando. Una fatigosa respiración puede oírse desde donde se supone que estoy. Va acompasada, y al mismo tiempo se oye un ruido de algún objeto de madera contra otro enser o una superficie. Entonces, la imagen se funde en negro.



Cada vez, los días pasaban mas lentos, aburridos, llenos de rutinas agotadoras. No había nada que me pareciera interesante o digno de mi atención en esta habitación en la que me sentía como prisionera.

Desde aquella noche, mi cabeza se encontraba en un estado de suspensión realmente flustrante, nadie parecía necesitar explicaciones, quizás fuese por mi discapacidad al hablar, aunque Helen seguía preocupada al igual que Astrid, Dana y otras personas más. Sin embargo, quien más mostraba indiferencia era Bruno, cómo no... Apenas aparecía por allí, estaba siempre fuera. E incluso alguna noche desaparecía cual fantasma.



La luz del mediodía inundaba la estancia, llenando cada rincón, atenuando sombras y oscuridad. Mis sueños habían cesado, las escenas de continuo tormento llegaron a un final que ojalá perdure por siempre.  Pero mis deseos no eran los más relevantes ahora: Las cosas se ponían difíciles, el ambiente tenso se convertía en algo  habitual y preocupante. Las radios emitían alertas, discursos y alguna que otra noticia suelta referente a los dos frentes que teníamos a los lados, como si trataran de acorralarnos. Es cierto que la política y la guerra protagonizaban estos tiempos, pero no me interesan salvo por el papel que tomaría mi hermano si las cosas siguen empeorando. Sólo por eso deseaba que todo mejorase. A nadie le importaría demasiado que nos gobernara uno u otro, todos desean lo mismo, por mucho que hablen o prometan.

Mientras pensaba en todos esos hombres tirados en el suelo, con una melodía de explosiones y disparos, una figura alta y ancha de espaldas aparece ante los pies de mi cama.



Esos ojos azules me miran como si pretendieran desenvolverme por completo. No aparta la mirada, y rara vez ha pestañeado. Y ese azul seguía invadiendo mi mente, bloqueando mi capacidad de pensar. Entonces me incorporo, limitándome a quedarme quieta y erguida.



-Si no lo veo, no lo creo... Me han comentado acerca de que ahora estabas muda, pero jamás imaginé que fuera cierto.

(El silencio responde por mí)

-Pensaba que no eras así, ¿de verdad te asustaste tanto?-Le sigue unas cuantas carcajadas y una breve pausa.

(El silencio toma la palabra por segunda vez)

No pude contestarle, así que miré al suelo, me fijé en las losas desgastadas, en el ligero polvo.

-Bueno está claro que va en serio.

Ahora su mirada no desprendía ironía, si no lago de tristeza. Entonces se acerca a mí, se sienta al borde de mi cama y se queda a dos centímetros de mi cara. Está demasiado cerca. Demasiado.

-Yo sé que puedes ponerte bien. Estoy seguro.

Acto seguido se levanta y cierra la puerta al salir.

La visita que me hizo Bruno me abrió la mente, provocó que una idea viniera a mí, y aunque en un principio cualquier persona en su sano juicio se hubiera negado, yo no tenía otra salida.



Me levanté de la cama y fui al baño. Tras lavarme la cara y despejarme, bajé las escaleras, decidida a acabar con esto, con paso firme. Cuando llegué a la puerta, respiré hondo y la abrí. La visión de ahora no tiene nada que ver con la de aquella noche. Las toallas, los productos químicos y las escobas, cestas y otros objetos dedicados a la actividad doméstica eran perfectamente visibles. Abajo del cepillo de una de las escobas, brilla un apagado color mate del pomo de la otra puerta. No sé cómo había llegado ahí. Cuando lo cogí, lo puse en sus sitio correspondiente, y tras un ruido sordo, la puerta se abre.

La luz descubrió por primera vez en muchos años el escondrijo. Lo primero que pude ver fue ese mechón de pelo que tanto horror me produjo. No vacilé ni un segundo, y empecé a dar pasos, uno tras otro, fijando mi mirada en las mohosas paredes, en donde habían marcas y gritos adheridos a su superficie desgastada. Cinco cuerpos aparecieron ante mí. Ya no son fantasmas, ahora también personas. Noto como un frío se cala en mis huesos, un aliento me eriza la piel de la nuca, cuando veo a una de las niñas, con un bebé en brazos, apoyada en la pared.

Entonces, lo cojo entre las mantas, y me dispongo a salir. Cuando llego a la cocina hallo a Helen lavando la ropa , sentada, con una mueca angustiada, debido al esfuerzo que le suponían a sus callosas manos desempeñar tal tarea. Unos segundos después de despertar de mis conclusiones, ella advierte de mi presencia.

-Diana, ¿Cómo te encuentras?

Extiendo los brazos.

-¿Pero qué llevas ahí?-Se acerca y le doy al bebé envuelto en un bulto de viejos trapos. Después vuelvo de nuevo hacia donde se encuentran los demás cuerpos, tengo que sacarlos; no pueden quedarse ahí más tiempo. Entonces oigo un grito. Helen. Ni siquiera miro atrás, pero me alivia saber que al menos, lo sabe. Mientras saco uno a uno los cuerpos, todos bajan de sus habitaciones, o salen del patio y entran. Seguramente se alertaron por el grito. Me siento en el suelo y observo las caras de mis pesadillas. “Tú, tú y tú” Me digo. Y entonces noto que algo me toca por detrás:

-Has hecho bien.

-Es tan duro...-Por fin oía mi propia voz. Era ronca, seca y débil. Me quedé inmóvil hasta que se marchó; no quiero ver esos ojos azules. Unos minutos después, no sé cuántos, es difícil de determinar, otra persona se me acerca.

-¡Diana! No sabes cuánto lo siento...-Astrid me abraza tan fuerte como le permitían sus brazos.

-¿Quiénes son? ¿Por qué están durmiendo en el suelo?-Una voz infantil y dulce sale de un pequeño cuerpecito en las escaleras.

-¡Jörg! No bajes.-Advierte. Entonces se va y se lo lleva escaleras arriba. Acto seguido me levanto, y me dirijo a la cocina nuevamente. Helen llora. Y es chocante de veras. Yo la relacionaba con la típica mujer fuerte, aquella capaz de cargar con el peso de una familia, un trabajo exhausto y mucho más, como las continuas exclusiones a las que se veía afectado el género femenino, las desigualdades y todos aquellos defectos de aquella sociedad; como un pilar que sostiene parte de la infraestructura de una enorme casa. Un apoyo. Y eso es lo que ella precisa ahora, ya que su talante ha aminorado de forma repentina.



-Hijo...-Un susurro partía el llanto. Luego continuaba. Y aún no podía sacar conclusiones acerca de esa palabra, salida de esa persona, en esa situación. No sé que ha pasado. No se que pasó. Me acerco hacia ella, algo tímida. Entonces, lo capto. No es que haya entendido qué tiene que ver “un hijo” en esto, si no la escena: Una mujer sentada, y, a sus brazos un bebé. Ella, la madre. Él, el hijo. Progenitor y descendiente.

Me encuentro absolutamente anonadada. ¿Su hijo? No comprendo. Siendo sincera, ni siquiera soy capaz de entender por qué le he entregado a una madre su hijo muerto. Me siento tan mal, y tan culpable que podría estar llorando todo el día, pero parece ser que ya hay alguien que ha tomado ese papel con rabia y desdén, tristeza y algo de angustia.

Sus ojos marrones, inyectados en sangre e impregnados de lágrimas, se fijaban en la criatura. Su dolor era fácil de palpar, su fortaleza, invisible

-Yo... No sabía... Lo cierto es que...

-Tranquila, Diana.-Interrumpe- Hiciste bien. Al menos ahora sé qué le ocurrió.

-Puede que esto sea difícil de creer, pero he tenido pesadillas últimamente. Soñé con una mujer que maltrataba a niños en un lugar parecido a éste, pero me dio la impresión de que era hace tiempo.

-No te equivocas. Tuve la mala suerte de conocerla. Cosas horribles llegó a hacer.-Entonces se incorpora en su asiento y se acomoda.-Yo en ese entonces era una mujer que debía buscarse un trabajo para ayudar a mantener el orfanato, pero las cosas estaban muy mal: Desempleo, hambre y la derrota. Tras la guerra, debíamos pagar cuantiosas indemnizaciones a Francia e Inglaterra; incluso los ejércitos vencedores ocupaban parte de nuestro territorio. Yo solía ir los Viernes a la cola de empleo, donde conseguía 5 marcos. Apenas había para comer. Ella asumió el control cuando el Doctor Heinz, quien fundó la clínica-orfanato, falleció. Supuestamente, había sido elegida por el Doctor para encargarse del cuidado de los niños que allí residían,  ya que el hombre carecía de familia. Pero aún no llego a creer que una persona tan honesta y bondadosa como él pudiera tener el valor de dejar en manos de tal mujer el lugar en el que tanto esfuerzo había invertido. Sin embargo, encontré un trabajo de criada interina en el que pagaban medianamente bien. Algunas veces aparecía por el orfanato para hacerle una visita a los niños y llevar el dinero, pero cada vez que les veía la cara se me partía el alma en dos: Las escasas condiciones higiénicas, el maltrato y la desnutrición eran visibles a los ojos de cualquiera. Muchos cayeron enfermos, y los que se salvaron acabaron contagiados tiempo después.

Cuando me quedé embarazada, me echaron del trabajo, y no tuve más remedio que volver. Allí, a pesar de mi estado, me obligó a trabajar de sol a sol, y un día ocurrió lo inevitable: Debido a la falta de sueño, los ataques de ansiedad y a la escasa alimentación, provocaron un desmayo en la calle cuando salí a comprar. Pasé un tiempo más en el hospital tras dar a luz, debido a mi condición física. No supe nada de él desde el día en que nació. Recuerdo perfectamente cómo la enfermera me notificaba que una mujer se lo había llevado. Cuando salí del hospital volví sola a casa, pues nadie me había visitado en todo ese tiempo. Cuando regresé me encontré la casa intacta, y una nota en la cocina. No había rastro de los niños, ni de mi hijo. Habían desaparecido y nunca supe por qué. Hasta ahora. Lo demás ya puedes imaginarlo, Diana, no es muy difícil de intuir.

-Siento profundamente todo lo ocurrido.-Respondo

-Lo bueno es que has recuperado el habla.

-Sí.

-Pues vuelve a tus quehaceres, no estaría mal que olvidáramos este tema.

Asentí con la cabeza y me fuí. Sin embargo, habían dos cosas en las que Helen se equivocaba tremendamente: que tenía quehaceres y que existiera la posibilidad de olvidar todo esto. Pero, antes de que llegara la hora de cenar, fui a dar un paseo con Dana para despejarme, escribí un par de cartas y más tarde, dormí tranquila y serena, por primera vez en muchos muchos días.

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