Presentación

Bien, voy a empezar presentándome y a explicar el por qué de este blog.

Soy Claudia, 17 años, estudiante y aficionada a escribir en ratos libres. Me gusta escribir, pues siempre me ha ayudado a desarrollar mi imaginación, mi capacidad de redacción y en general, a crear sinopsis, entre otros. Llevo exclusivamente en esta novela cuatro años. He investigado todo lo que he podido (Y sigo en ello) acerca de la ambientación de la historia ya que es cien por cien real, exceptuando lo que es "la vida" de la protagonista, los personajes y sus vidas particulares. Al ser uno de los hechos históricos más relevantes del mundo, decidí ambientarme en esta época por la cantidad de mensajes que es capaz de transmitirnos. Me resulta interesante y a la vez, alentador.
Empecé con esto hace ya tiempo, como anteriormente he mencionado, pero sólo con un objetivo: el terapéutico. Me ayuda a evadirme ya que mi creatividad es un rasgo característico en mí. Era privado, sólo lo leía yo, hasta que no hace mucho, una amiga empezó a leerlo: llevaba sólo unas 20 páginas, pero le encantó. En busca de nuevas propuestas y opiniones fui pidiendo consejos e ideas a mis amigos y conocidos, que me ayudaron y recibieron con buena crítica la novela en proceso.
Como quiero seguir adelante con esto, necesito un apoyo más grande, es decir: lectores. Ahí es donde entráis vosotros. Espero que disfrutéis, gracias :)
Nota: Este es un borrador, así que habrán fallos de escritura y el texto está sin pulir así que espero que lo entendáis. Voy poco a poco reformando partes y corrigiendo pero es algo costoso y tardaré un tiempo en completarlo. Gracias por vuestra compresión!

martes, 30 de septiembre de 2014

Prólogo

                                                                 PRÓLOGO

Alemania, 1944. El fin de la 2ª Guerra Mundial se aproxima, pero la verdadera catástrofe se
encuentra en la memoria de los hombres. La ley del más fuerte, en la que la supervivencia es un lujo
que sólo los más preparados pueden permitirse. Lo que ocurrió, fue el germen de lo que somos
ahora. A los ojos de un civil, las cosas son muy distintas a como los libros de historia cuentan; es
algo más humano, más personal. Esto ha ocurrido, y no hace mucho tiempo, a pesar de que la
velocidad de los acontecimientos nos hagan pensar que pasó hace demasiados años atrás. En la mente de las personas existe esa ambición y lucha por dominar cualquier cosa que se lo impida; un vacío sin fondo, un lugar en el que las diferencias morales y físicas son suficientes argumentos como para quitarle la vida a un semejante. La naturaleza humana sigue los primitivos pasos que ha seguido desde siempre: Erradicar al débil, a la amenaza.
Ésta, es su historia. Diana y su pasado son únicos, pero hay algo que tienen en común con muchos
otros de su misma condición: guerra, hambre y lucha. A pesar de su apariencia de raza aria, no
piensa como tal; algo ambiguo y casi un caso perdido a los ojos de cualquier partidista nazi. Su
vida, plagada de dudas, mentiras y un futuro borroso e impredecible son el día a día. ¿Arriesgaría su
vida a proteger a los supuestos enemigos, traicionando su propia nación? ¿Qué será más importante
para ella? ¿Vivir siendo quien en realidad no es, o muriendo siendo su verdadero yo? Los calcetines
negros no sólo son una prenda de ropa, significan mucho más. Éste es un ejemplo acabado de lo que
históricamente significa vivir en circunstancias adversas, difíciles, en las que aun la supervivencia
individual y colectiva peligran a cada instante. Tras la derrota, los soviéticos y los estadounidenses
toman el control, ocupando Alemania. Su alianza insólita no durará mucho, las diferencias entre el capitalismo y el comunismo forman una enemistad inquebrantable que un simple muro no podrá aguantar. La Guerra Fría.


martes, 23 de septiembre de 2014

La despedida

PRIMERA PARTE.
Capítulo 1.
La despedida”

Hacía aire y un frío polar inundaba el ambiente. Habías cumplido los siete años unos meses antes
del aquel nefasto día...”
Así comienza el relato que mi tío me contaba cada vez que le preguntaba cuándo volvería mamá.
Todo empieza así, con un simple hecho que acarrea muchos más. Hasta hace unos pocos años no
pude entender el verdadero significado de lo que en ese entonces me contaba. En realidad, empecé a
entenderlo al mismo tiempo que dejé de ser una cría, escuálida y temblorosa, que no medía ni
cuatro palmos del suelo, que reía, que escuchaba cuentos, que se escondía bajo las sábanas para
refugiarse de la oscuridad: que dejó de ser inocente. Sin embargo, mi hermano ya lo sabía mucho
antes que yo. La echo de menos. Y más ahora, ya que no volveremos a casa jamás. Mi hermano no
puede encargarse de mí, y yo no sobreviviría mucho tiempo sola, callejeando y mendigando por las
calles. No somos más que un par de huérfanos. Como muchos otros. Estos tiempos son
difíciles, y los orfanatos no dan a basto, pero tenemos algo a nuestro favor: sabemos pasar hambre.
Quizá sea poco, pero algo es mejor que nada, algo que he aprendido, y como decía mi padre: “El
conocimiento se basa en la experiencia.”
-Diana.-Dice alguien desde la habitación de al lado. Entonces despierto, giro la cabeza y una oscura
sombra se acerca a la ventana en la que estoy apoyada.
-¿Si?-Contesto.
-Recoge las cosas, dentro de unas horas vendrán.
-Peter...-Digo antes de que mi hermano se de la vuelta.-Quiero ir al cementerio de la iglesia, por
favor...-Entonces frunce el ceño y me lanza una fugaz mirada.
-Sólo si haces la maleta.

Entonces empiezo a pasear por la casa. Recorro el estrecho pasillo y acaricio las mohosas paredes,
desnudas y marrones. Doy unos pocos pasos más y giro a la derecha, donde está mi habitación.
Recojo las pocas posesiones que tengo: Mi abrigo, un par de prendas de ropa y un libro de mi tío.
La verdad es que desconozco la razón por la que me llevo este objeto, pero perteneció a él, y esas
son explicaciones suficientes. Abro el vacío y viejo armario en la que se encuentra mi bolsa de
cuero, meto las cosas y la dejo encima de la cama. Al salir por la puerta me detengo en seco. No
puedo salir de la casa sin ello. Corro por el pasillo, subo unos escalones, provocando un fuerte
chirrido y llego al sótano. “¿Dónde lo habré guardado?”. Doy un par de vueltas por la enana sala,
vacilante. Ahora lo recuerdo. Muevo la cabeza a la izquierda y me encuentro con una pequeña caja,
rota, mojada a causa de la humedad en la que están escritas unas letras. Me acerco cautelosamente a
ella, y me agacho, apoyándome sobre mis rodillas flexionadas en el suelo. Respiro hondo y abro la
tapa, lentamente y con cuidado.

Ya la veo, la caja sigue conteniendo en su interior durante todos estos años la preciada reliquia.
Cojo la cadena entre mis manos y la alzo. Tiene polvo, pero el brillo de la plata aún no se ha
apagado. Sonrío al tenerla de nuevo cerca mía. Cojo un trozo de tela de mi camisa y lo paso
despacio del medallón, lo limpio y me la cuelgo del cuello. Cuando está libre de suciedad, acaricio
el pulgar por un cierre escondido. Entonces se abre en dos: En la parte derecha hay una foto en
blanco y negro, rota y polvorienta de un hombre sonriente, junto a una mujer de mirada perdida.
Son jóvenes e inspiran felicidad. En la izquierda aparecen un niño alto de mirada alegre de unos
siete años, y una niña un poco más pequeña, sonriendo descaradamente al gatito blanco que sostiene
entre sus brazos. Entonces oigo que unos pasos se acercan, y guardo apresuradamente la joya
bajo la ropa.
-Vamos.- Me vuelvo para verlo. Mi hermano tiene la mirada fija en mí, quizá por la expresión que
tengo. Su pelo rubio refleja destellos de luz, y al parecer, un poco de nieve está posada en sus
hombros. Ha ido a la calle. ¿Por qué? Bajo sus verdes ojos se distinguen dos insinuantes sombras
ligeramente azuladas. “¿Habrá dormido algo?” Me pregunto. Presiento que está esperando mi
reacción.
-¿Has salido a la calle?
-Tenía un asunto pendiente.-Susurra. Con eso me basta. Seguro que Kathleen no sabía que nos
marchábamos. Debe de haber pasado algo malo.
-Entiendo. ¿Entonces podemos ir al cementerio?
-A eso venía. Vamos, oscurecerá pronto, ya sabes que tenemos que venir enseguida.
Entonces da media vuelta y yo le sigo, escaleras abajo, recorriendo el mismo camino hasta llegar a
la puerta. Da un último paso, se detiene, respira hondo y abre la puerta.

Al salir a la calle una ráfaga de aire polar me congela los huesos. Me estremezco y me apretujo
contra mi misma, con los brazos cruzados, muy prietos, pegados sobre mi abdomen, obligando a mi
abrigo a cerrarse. A pesar de las bajas temperaturas, del peligroso hielo resbaladizo que ha
convertido la plaza en una auténtica pista para patinar sobre hielo, y las continuas nevadas, la
actividad por aquí es prácticamente, la habitual. Le cojo la mano a mi hermano, bajamos los
escalones de la salida y nos dirigimos a la iglesia local, la llamada Iglesia de St. Maria von Gott, en
cuyo cementerio está enterrada nuestra familia. Está muy cerca de nuestra casa, a unos cinco
minutos a paso ligero. De camino no dejo pasar por alto las grandes banderas, las excéntricas
pancartas patrióticas y los numerosos estandartes con el símbolo de nuestra dictadura, ondeantes por
las continuas ráfagas de aire. Ya casi estamos. Nos acercamos a la puerta y observo la fachada
detenidamente: Tiene pináculos y unas torres extremadamente altas; unas cristaleras bastante
amplias y luminosas, y a los lados de la puerta principal, un par de tristes, viejas y amarillentas
esculturas, de Santos supuestamente, que vigilan la entrada. Rodeamos la iglesia y llegamos al
cementerio, situado detrás del pequeño y humilde monasterio en el que viven los monjes y el cura.
Una gran verja negra y oxidada rodea el terreno. Ya desde lejos se intuye la muerte. Empiezo a
frenarme. No sé porqué tenemos que estar aquí. Realmente no quiero pisar este horrible sitio. Esas
esculturas de ángeles piadosos inspiran terror sobre las sepulturas. Peter tira de mí, pero yo no me
muevo.

-¿Qué haces?-Pregunta. Por su tono preduzco que esta molesto.
-No quiero entrar ahí...-Sus ojos se clavan en los míos. Por un segundo me transmiten ira, pero al
cabo de un momento me doy cuenta que también está dolido.
-¿Entonces por qué querías venir?
-La verdad es que... no lo sé.
-Venga, ninguno de los dos volverá en una temporada. Sé que necesitas hacerlo, al igual que yo.

Dejo entonces que me convenza, y prosigo mi marcha. Abrimos la puerta de la verja y un
desagradable sonido hace que me tenga que tapar los oídos. Genial. Además de lo inflamados que
los tengo, del dolor y de lo helados que están, solo faltaba una cosa semejante. Bajo los brazos y
tenso las manos. Sé que puedo hacerlo. Mi hermano me mira, un tanto vacilante, a pesar de su
aparentemente valiente porte, y centro mi atención en el cementerio. Damos unos pasos y entramos.
Es como haber cruzado la estrecha línea entre un mundo y otro, ahora, todo me parece distinto,
como si mi punto de vista hubiese cambiado. Me armo de fuerzas nuevamente y avanzamos a paso
más rápido hacia la zona norte, pasando por innumerables lápidas, esculturas y panteones. Tampoco
dejo de fijarme en las viudas, tanto jóvenes como ancianas, acudiendo llorosas y con aspecto
fúnebre a sus difuntos. Son como almas en pena, corrompidas por el dolor y la soledad que uno
padece cuando un ser querido te abandona. Simpatizo tanto con ellas que, siento en mis adentros un
frío oscuro y helado. De haber sido un poco más mayor cuando mi madre y mi padre se fueron,
estaría junto a ellas, como una más. A parte de las viudas, no hay mucha mas gente fiel a traer flores
a sus fallecidos ni a rezar por sus indagantes almas tan a menudo como ellas. Todos están
demasiado ocupados.
Ya más cerca de nuestro destino, pasamos por un grupo de gente, unas llorando, otras con
expresión triste y agotadora e incluso, personas en las que es fácil percibir rabia y cólera. Pero
ninguna feliz, ninguna con esperanzas, ninguna persona de la dimensión a la que pertenezco. Pero sí
es verdad que esas gentes también están en la mía, formando una mezcla agridulce y gris, entre
negro y blanco. Pero hay algo que siempre me eriza los pelos de la nuca cuando me acerco aquí, no
es el frío, es algo que se respira y se presiente, es algo tan horrible como una mano fría que te
impide pensar, que te acelera el corazón y pierdes el control. Como si Peter me leyese la mente,
empieza a decir:

-Mira a esas pobres gentes, es el miedo quien las corrompe. Es una plaga, una enfermedad, que
trepa por tu alma y la destruye, te ciega los ojos y cierra tu mente. Lo peor es cómo se contagia.
¿Acaso no viste el pánico que se apoderó de los vecinos de la calle Weide el mes pasado? Si todos
hubieran tenido la sangre fría de salir a paso ligero y ayudar a los heridos sacándolos fuera, sólo
hubiesen faltado los bomberos para apagar el fuego. Así nadie hubiese muerto. Pero claro, tu ves a
diez personas corriendo como locas por un edificio, dando bandazos, empujando a la gente de su
alrededor y gritando improperios y ¿Que haces tú? Contagiarte de su miedo. No puedes calmarles
ni obligarlos a sentarse en el suelo hasta que regresaran a su estado normal, pues tienen tanto pánico
que son capaces de hacer cualquier cosa con tal de escapar.

Ya me cuerdo: La señora Perlmuschel estaba leyendo un periódico, cuando se se cayó la lámpara de
aceite al suelo, en el que desafortunadamente había una alfombra de algodón. Ella y su marido
murieron abrasados, junto con bastantes más. Vuelvo en sí y me fijo en el sitio, raramente familiar,
y comprendo que ya hemos llegado. Tres lápidas yacen en fila, una al lado de la otra, con un par de
flores marchitas. La primera tumba pertenece al soldado Arthur Weiss en letras remarcadas y bajo
ellas, la siguiente cita: “ein tapferer Mitglied der Luftwaffe”, las dos últimas a Christine y Daniel
Meyer. Mi hermano me suelta la mano y se sienta en el banco que se encuentra detrás nuestro. Dejo
escapar un leve suspiro y me siento en el otro extremo. Soy incapaz de articular palabra en estos
momentos, y un silencio es mejor que un discurso a tres trozos de mármol en las que están escritas
un puñado de letras, que no pueden oír ni hablar; que no te ven ni razonan, que no tienen
sentimientos.

-Siento que tuvieras que pasar por esto, que tuvieras que madurar antes de tiempo.
-Y yo que tengamos que acabar así, pero no podemos malgastar un presente, con un pasado que,
sencillamente, no tiene futuro. Hay que aceptarlo... no podemos enfermar nosotros también. No
como ellos.-Entonces miro a una anciana que llora agazapada ante la lápida de quien, seguramente,
pertenece a su hijo.
-Sabes que lo hice para permanecer unidos. Me esforcé mucho por subsistir.
-Ya, pero no íbamos a durar mucho tiempo así.
-¡Lo sé, Diana!-Grita.- Pero, ¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que nos separaran? Ya nos han
quitado suficiente.
Un silencio inunda el ambiente. Un silencio muerto, pero un tanto breve.
-Escoria inglesa...-Musita.
-¡Basta, Peter! ¿Crees que es fácil para mí todo esto? ¡Deja de comportarte así y asúmelo! La vida
son cambios, y no vivirás en paz hasta que los aceptes.-Me levanto y me doy media vuelta. Pienso
largarme de aquí ya. Pero, algo me detiene: Tenemos visita.

A pesar de la escasa distancia que nos separa, una pequeña silueta se dibuja entre ángeles y tumbas.
Anda no muy despacio, pero saltan a la vista un par de tropezones contra las piedras del camino,
acompañados de unos equilibrios patosos. Ya se va acercando más. Se detiene delante nuestro, con
una dulce expresión de cariño. Sobre ese rostro familiar se dibuja una amplia sonrisa y se encienden
unos ojos cálidos. Bondad, bondad y amor irradia este hombre. En la dimensión en la que
desgraciadamente me encuentro, una persona así es como un rayo de sol que ilumina un oscuro
camino. Entonces me llegan a la mente muchos recuerdos y experiencias vividas junto a él: sus
enseñanzas, los lugares a los que me llevaba, sus libros... fue como un padre para mí. Es un poco
mayor, de unos sesenta y cinco años, pelo canoso y escaso, bajito y de apariencia alegre. Es muy
paciente y, por lo que conozco, sabe mucho sobre la mayoría de cosas que nos rodean.
-Padre Patrick...
-¡Peter, Diana! Qué alegría veros por la iglesia. ¿Cómo estáis?
-Bien...-Respondo. Entonces la expresión del cura se amarga.
-Ya... he oído lo vuestro... En la misa se habla de todo.-dice, señalando a su oreja. ¿Cómo fue?
-El censo.-Responde Peter, aún mirando al frente, sentado sobre el banco.-Antes de ayer un hombre
llamó a nuestra puerta. Sabíamos que no teníamos que abrirle, pero seguro que había visto la
humareda que salía de la chimenea aquella helada tarde. Cuando le dejé entrar se identificó y sacó
unos papeles. Nos explicó el motivo de su visita: tras unos meses de numerosas muertes en la
guerra, Hitler hizo redactar un informe sobre la cantidad de civiles en cada ciudad, y, en cierto
modo, en todo el país. Entonces nos preguntó quiénes vivíamos aquí. Estaba tan nervioso que no
paraba de tartamudear y decir excusas como que nuestros padres estaban fuera o algo así ..., y
finalmente, Diana le contó que estábamos solos, que nuestro tío había fallecido hace unas semanas
y como no teníamos a nadie, permanecimos en nuestra casa todo ese tiempo.-Hace una pausa y
continúa, esta vez mirando al cura.-El funcionario se quedó asombradísimo, no porque le
intentáramos mentir, sino porque nos confesó que en circunstancias similares a la nuestra, estaría
acabado, sin recursos para subsistir y nadie quien hacerse cargo de él. En vez de regañarnos, nos
notificó que en unos dos días como mínimo seríamos trasladados a un orfanato. Después recogió
sus cosas y se marchó.

-Lo siento mucho, yo...-Dice el padre Patrick.
-No lo sienta. Nos ayudó mucho, y gracias. Pero lo que me preocupa es...-Vuelve la mirada hacia la
tumba de nuestro tío.-Es ilegal enterrar a alguien sin notificarlo... legalmente, él está vivo.
-No queremos que te encarcelen, padre Patrick, eso es lo que tememos...-Susurro.
-No, Diana, estaré bien. Ya tenéis suficiente vosotros... pero prometo ir a veros, mantendremos
contacto. No os preocupéis por mí, en todo caso, sería yo el que se tendría que velar por vosotros.
-Nos sabemos cuidar solos, padre Patrick.
-Venga, no digas eso, Peter. Sois unos niños, aún no sabéis apenas sobre la vida.
-Pues más que algunos sí. Sobretodo ella. A veces, cuando habla, parece que tenga más de catorce
años.-Mi hermano se levanta, y nos mira al padre Patrick y a mí.-Diana, te espero en la puerta. No
tardes.
-¿Qué le pasa a ese chico?
-Un mal día...
-Lo sé, pero nisiquiera me ha dejado contarle que Kathleen había acudido a la iglesia a verme.
-Es muy triste, ¿verdad?, más triste para él que para mí. Almenos tenía algo vivo que lo mantuviera
aquí. Sin embargo, yo no tengo nada. Mi pasado quizá, pero yo ya casi he asumido que tenemos que
marcharnos.
-Es lo mejor que puedes hacer, Diana. Ya lo asumirá. Dale tiempo al tiempo. ¿Quién sabe? Quizá en
unos años volváis. El destino...
-El destino es muy caprichoso-Le interrumpo.-Es como un río con corriente, en la que si fluyes con
ella, no te pasa nada, en cambio, si decides ir en contra de ella, te ahogas, te hundes, y finalmente,
mueres.
-Cierto. Tu hermano tiene razón.-Sonríe y me pone un brazo sobre los hombros. Entonces saca del
bolsillo de su sotana una cruz de hueso blanquecina y pequeña.-Dásela a Peter.
-Gracias, lo haré.
-Adiós y no te olvides de enviarme una carta.
-Vale. Adiós.
Me alejo a paso muy ligero y paso por una fila de lápidas y familiares a los pies de ellas, suplicando
y llorando. Ya casi diviso la verja negra y chirriosa en el horizonte, feliz de haber encontrado la
salida por fin y poder huir, acelero más y llego hasta a correr en los últimos metros. Mi hermano
está apoyado sobre un muro caído, hecho polvo y, los pocos ladrillos intactos están sucios. Veo el
atardecer poniéndose, y sonrío. Cuando llego no tengo ni que pronunciar una sola palabra,
sobrentiende que tenemos que ir a casa. Ahora.
Por el camino me pregunto si volveríamos de nuevo a Maunchen. Si, en un futuro, podría vivir aquí,
pero a la vez pienso que eso me haría más daño, que estaría contradiciendo lo que le dije a Peter
sobre aceptar las cosas y dejar de vivir en el pasado. Pero sería mejor para mi hermano, al menos, él
tiene a Kathleen, aunque, por alguna razón presiento que, ni el motivo de su último encuentro ha
sido demasiado pacífico, ni de lo que han hablado. Quizá ella se lo haya tomado mal, y se haya
enfadado. Lo que sé con certeza es que Peter no está muy bien, por así decirlo.
Cuando despierto entre ideas y pensamientos ya estamos frente a la puerta y la abro. Entonces
entramos y ando por el pasillo hasta llegar a mi habitación, cojo la maleta y, justo antes de salir, me
doy la vuelta, le hecho una última mirada, dejando escapar un suspiro y hecho a andar. Como mi
hermano está arriba aún, yo me siento en el sofá del salón, frente a la ventana en la que tanto me
gustaba mirar. De repente, es como volver años atrás: Puedo ver a mi madre poniendo la mesa,
sirviendo una bandeja de pavo asado, una noche de primavera. En una esquina del salón mi gata
Lilie, observando a mi hermano intentando convencer a mi madre de poder ser el primero en cortar
el pavo con el cuchillo. Y luego, mi padre, con ese libro tan viejo que le regaló su abuelo cuando no
medía ni dos palmos del suelo sentado sobre un sofá de terciopelo rojo. A su lado está mi tío,
recostado, terminándose su cuarta dosis de alcohol mientras me responde a las preguntas que le
hago. Me veo pequeña, como en la foto del medallón, y no me recuerdo mucho más. Lo que sí
contemplo es una casa que rebosa de alegría, de amor. Una escena tan entrañable que me parece que
es un sueño, pero ocurrió. Y ahora vuelvo a la realidad y veo todo lo contrario: En vez de suelos con
tapices y paredes cuidadosamente pintadas, en su lugar están suelos y paredes húmedas, viejas. Está
todo oscuro y nadie hay en la habitación. La mesa del comedor desapareció, y de los dos sofás de
terciopelo sólo ha sobrevivido uno, en el que estoy sentada. El tiempo ha pasado factura en tan sólo
diez años. Un cambio tan radical que asusta. Un vacío en mi interior se apodera de mí, y la ausencia
de luz hace que me hunda más, tensando mis músculos y erizando mi piel. Ojalá pudiera volver
atrás, pero sé que por mucho que lo desee jamás volverán. Jamás. Y ahora siento un ardor
horroroso, un fuego dentro de mí, que hace que desgarre la tela del sofá. Tanto llego a dañarlo que
el relleno de poliéster sale a presión, y mis dedos sangran debido a la incisión de un muelle. No lo
presto atención a la herida y me contraigo más, cierro los ojos fuerte e intento volver a mi pasado.
Para mi desgracia, no los encuentro.
No sé exactamente cuanto tiempo he estado así ni qué he hecho para llamar la atención de mi
hermano, pero cuando puedo abrir los ojos lo veo a mi lado, rodeándome con los brazos y con su
cabeza apoyada sobre mi hombro. Una lágrima resbala por mi mejilla, y otra, y otra.
-¿Qué ha pasado?-Susurro.
-Empezaste a gritar bajé a ver qué te pasaba. Cuando llegué estabas hecha un ovillo en el suelo
¿Puedes moverte?
-Estoy paralizada.
-¿Qué ha ocurrido antes de que gritaras?
-Fantasmas y cosas imposibles.
-Ya.-Acto seguido retira sus brazos de mí y se levanta. Mira el reloj de la chimenea que marca las
cuatro en punto. Mi cuerpo sigue comprimido y mis músculos como tenazas, pero, a pesar de ello,
ya soy consciente de lo que me rodea.
-¿Sabes? Tengo una cosa para ti.-Gira la cabeza y me mira, mostrando una mueca de extrañeza.
Intento moverme, pero solo consigo que me haga caso el brazo derecho y apenas resulta efectivo. A
pesar de la lucha contra mi cuerpo, llego a mi bolsillo, y agarro la cruz de hueso. Cuando dejo que
mi brazo repose un momento sobre mis piernas estrechamente entrelazadas, le extiendo la mano a
mi hermano, y se acerca para cogerla, pero, a medio camino se detiene:Yo recordaba la cruz
blanquecina, no roja.
Me libero de la presión que tenía mi cuerpo y me levanto. Él se acerca y me quita la cruz de la
mano.
-¿Qué te has hecho?-Dice, mientras examina la herida.
-Arañé el sofá y un muelle se clavó en la mano.-Susurro, asustada por la cantidad de sangre que
emana de mi mano.-No... no me dí cuenta.
-Espera.-Se va y trae una gasa del cuarto de baño, la parte por la mitad,me limpia y me venda con el
resto. Durante el proceso dejo escapar un bufido, escuece demasiado.
-Bueno, ya está. No lo he hecho tan mal, ¿verdad?
-Pasable...-Digo con ironía. Cuando una media sonrisa aparece en su rostro, algo se la borra.
-El timbre. Ya abro yo, Diana.
Avanza hasta llegar a la puerta, y yo le sigo, un poco nerviosa. Cuando abre la puerta, un señor
ataviado de negro y gris aparece. Tiene una mirada serena y concisa, parece un hombre tranquilo,
aunque a la vez imponente.
-Buenas tardes.-Saluda, y se lleva la mirada hacia unos impresos que sostiene entre sus manos.-
Vengo a llevarme a dos menores. Se llaman...-Busca entre los papeles, pero parece no lograr
encontrarlo.
-Peter y Diana Weiss, somos nosotros.-Añade mi hermano.
-Exactamente... Sí, aquí está.-Dice, señalando uno de los documentos.- La verdad es que hay
numerosas dudas acerca de... esto. Pero ya me las resolveréis más tarde... ¿Verdad? Queda un viaje
un poco largo.
-¿Por?-Pregunto, interesada.
-Mmm... verás niña-En cuanto dice “Niña”, decido que no me cae bien.-Los orfanatos están un poco
saturados, y el más cercano está en Regensburg . Pero ya hablaremos de eso luego. ¿Habéis
recogido vuestras pertenencias?
-Todo. Diana, coge tu maleta.-Obedezco y al salir, miro hacia atrás, congelo este momento y
susurro:
-Adiós.




























domingo, 21 de septiembre de 2014

Desde cero



Capítulo 2
“Desde cero”
Los rayos de sol de la mañana me despiertan. Me asomo a la ventana. Cruzamos por un campo casi
desierto. La noche no la he pasado demasiado bien, pero al final acabé por vencer al insomnio de
una vez por todas. El vagón del tren es para nosotros solos, así que me dedico a curiosear por ahí
hasta que una camarera me pilla in fraganti.
-¿Desea algo?
-Si. ¿Dónde puedo desayunar?
-En el comedor. Está en el vagón 4.-Le hago un gesto de agradecimiento y se marcha.
Como he dormido en el asiento, y además, vestida, sólo me doy una ducha en el enano cuarto de
baño. La verdad esque me preguntaba cómo el agua corriente salía por ahí, pero descubrí un
depósito de nueve litros y otro medio lleno con agua sucia situados en un pequeño armario en la
pared.
Tras asearme y peinarme, salgo del vagón y recorro el tren.
Avanzo un par de vagones y llego a la sala que, supuestamente, es el comedor. Hay mucha gente en
las mesas y bancos, y consigo divisar a mi hermano y al señor que nos trajo hasta aquí. Cuando me
acerco a ellos, el hombre hace sentarme en una mesa donde están tres platos servidos. Nos
diponemos comer cuando empieza a hablarnos.
-Siento no haberme presentado antes, Diana. Soy Bayer, Bertram Bayer.-Dice, con una expresión
más simpática que la de ayer.-Ya queda menos, llegaremos a Regensburg en pocas horas.
-¿Regensburg? ¿Allí estaremos los dos?.-La expresión de Bertram y mi hermano se agrían.
-Verás...-Empieza Bertram, pero Peter le interrumpe.
-Déjemelo a mí...-Haciéndo un gesto leve.- Mira, sabes que no podemos estar en el orfanato juntos,
¿Verdad?-Dice, poniendo sus manos sobre la mesa. Asiento ligeramente, y me espero algo malo.-
Bueno, pues, yo iré... cómo lo digo... a un sitio similar, que, afortunadamente está a unas pocas
horas de Regensburg.
-¿Cómo que...? ¿Qué quieres decir?
-Lo que oyes. Pronto sabremos cada cuánto tiempo te podré visitar, pero estaremos hablando de una
vez al mes...
-¿Qué?
-Diana, eso no durará mucho tiempo. Lo sabes, ¿No?.-Pero no respondo. Entonces continúa:-Bueno,
Diana, me gustaría saber algo sobre tí. Anda, come un poco, estás pálida.
-Mi... ¿Mi historia?
-Exacto. Quiero conocer de antemano tu vida, en el orfanato me pedirán un expediente tuyo y datos
básicos.-Dice, vertiendo un poco de limonada en mi vaso.
-Bueno, pues... nací el 7 de Febrero de 1930, mi padre era piloto aéreo, miembro de la Luftwaffe y
falleció en una misión en el canal de la Mancha en la batalla contra los ingleses. Mi madre era
músico, brillante ante el piano y dotada de una preciosa voz. En cuanto a mi tío, era alcohólico, pero
tras la muerte de mi padre asumió que debía cuidarnos. Unos años más tarde, mi madre fue
contratada como músico en la orquesta Augsburg, pero cuando tomó el tren hacia la ciudad... -Me
detengo en seco. No puedo continuar. La lengua se me traba y la garganta seca como el desierto.
-El bombardeo en el Abril del 1942..-Completa mi hermano.
-Vaya... es, interesante, directa, muy directa y bien explícita. ¿Cómo subsististeis, Peter? Tanto
tiempo sin ayuda...
-Estuvimos solos. Durante el primer año desde la muerte de nuestro padre, conseguimos llevar una
buena vida debido a su pensión. Luego cuando nos quedamos sin el dinero y a pesar de que nuestro
tío encontró trabajo, no fue suficiente. Mi madre tuvo que subir los precios de sus clases, y aun así
llegábamos cortos. Mi hermana ni siquiera fue la escuela, aunque le enseñé lo básico.-Sé que lo
último que ha dicho es mentira. Fué el padre Patrick quién fue mi tutor desde que tenía Cinco años,
pero egurue lo hace para no nombrarlo. Cuanto menos sepa del padre Patrick, mejor.
-Diana, ¿Puedo hablar contigo a solas?-Pregunta Bertram. Yo asiento, y mi hermano capta la
indirecta, dejando su silla libre.
-Dígame.
-Mira esto. Échale un vistazo. ¿Ves algo raro?.-Dice, pasándome un papel. Lo reviso, el
documento está lleno de letras y números. El titular de la casa. Y a nombre de mi tío, Daniel Meyer.
Me hago la tonta y contesto:
-No, por mí todo está en orden.
-Pues no coincido contigo, niña.-Le miro con los ojos entrecerrados. Odio esa expresión.
-Observa: Daniel Meyer, desde el año 1937 hasta 1944. Daniel Meyer murió el año pasado. Con
esto te quiero decir que, Daniel Meyer está vivo, al menos para la ley. Su fallecimiento no está
registrado, es ilegal, ¿Sabes?.-Cojo el vaso de limonada y lo remuevo un poco antes de echarle un
trago.-Quiero que me hables de ello.
-No sé absolutamente nada, señor Bayer.-Una mirada acechadora se dirige hacia mí.
-Pues me da que tú sí lo sabes, es tu tío.
-Le digo que no. Sólo sé que estuvo en el hospital por un ataque y murió allí por falta de alcohol en
su cuerpo.
-Ya, ¿Y no sabes dónde está enterrado?-Mi cuerpo se endurece.-Tú tienes apariencia de chica lista,
deberías saberlo.
-¿Y por qué quiere saberlo usted?
-Es mi trabajo. ¿Acaso es el suyo no contestarme?
-Es que no le entiendo...
-Sólo le estoy haciendo una pregunta. Pero, si decide no responder, aténgase a sus consecuencias.-
Intento hacer un poco de teatro, para evitar que sospeche.
-Yo...-Entonces finjo temblores y bajo la voz.-Es muy duro para mí... yo...-Inmediatamente el señor
Bayer se levanta y le hace una seña a mi hermano para que venga, que nos observa desde lejos.
Odio hacerme la débil, pero, a veces, el que parece el más inofensivo puede ser el más peligroso.
Me ayudan a llegar a nuestro vagón y me siento en la primera silla que veo. Luego el señor Bayer se
marcha y nos quedamos solos en la estancia.
-¿Estás bien?
-Desde luego.
-Y entonces... ¿Por qué..?
-No sabia que contestarle.-Me levanto, me acerco a mi hermano y empiezo a decirle en voz baja:
Me preguntó sobre nuestro tío.-Su expresión se vuelve seria más aún.
-Hablaré con él.
-No pongas al padre Patrick en peligro, por favor.
-No puedo prometerte nada.
Entonces un hombre con uniforme y gorra azul oscuro abre la puerta.
-Siento la interrupción, pero tenemos que salir del tren. Todos.
-¿Por qué?-Pregunta mi hermano.
-Soldados.
Acto seguido salimos por la puerta, siguiendo al hombre de uniforme, seguro que trabaja en el tren,
pues la camarera antes iba con el mismo atuendo, aunque con falda y una camisa e vez de un mono,
como lleva él. Después de pasar por pasillos, estrechas habitaciones y atravesar puertas de metal,
llegamos al exterior.
El panorama es más o menos normal: Muchos pasajeros ya están fuera, y los empleados del tren
también, aunque unos soldados armados entran de uno en uno. La gente está un poco aturdida, y
nosotros intentamos encontrar al señor Bayer, a quien por fin encontramos sentado en un banco de
la estación de ferrocarril.
-¿Por qué lleva su maleta?
-Son mis papeles, niña. Debía enseñarselos al personal. Te veo como siempre. ¿Estás ya bien?
-Sí, el aire fresco me sienta de maravilla.
La verdad es que hace bastante frío, pero no tanto como en casa.
-Ya casi estamos. Sólo unos tres cuartos de hora más y llegaremos.-Entonces su mirada se centra en
mi cuello.
-Bonita cadena. ¿Puedo verla?
-Sí...-La verdad es que no quiero, pero no tengo otra opción. Se acerca y le dejo la reliquia en sus
manos.
-Plata de la buena, ¿Eh? Es muy antiguo, ya no hacen de estas cosas.-Pasa el dedo por el cierre y se
abre el medallón.-¿Quiénes son?
-A la derecha, mis padres. A la izquierda nosotros de pequeños.-Miro a mi hermano.
-¿Quién te la dio, Diana?
-Fue mamá... el día antes. Le dije que la echaría de menos y me la dió. Me dijo que era el regalo de
boda, que lo cuidara bien. No lo he vuelto a sacar de la caja desde entonces.
-¿Dónde la guardaste durante tanto tiempo...?
-En la buhardilla. La verdad es que pensaba que se iba a estropear por la humedad, pero el cartón la
supo proteger bien.
Nos callamos y esperamos a que nos dejen subir de nuevo. Tras unos diez minutos más nos
permiten volver, y, mientras mi hermano y el señor Bayer se van a dar un paseo por el tren, yo opto
por quedarme en la habitación. Ya casi es la hora de comer, pero no pienso presentarme en el
comedor ni en la cafetería.
El sonido del reloj me despierta. Ya son las 4. Casi al mismo tiempo entra mi hermano y coge un
par de cosas.
-Vamos, ya hemos llegado.-Me levanto automáticamente, aunque si por mi fuera, me ataría con
cadenas a la cama si fuera necesario. No quiero ir.
Cuando salimos, el señor Bayer nos espera junto a una farola de la estación. Está cruzado de brazos,
y lleva su típico maletín, de cuero y con un color oscuro, casi negro azabache.
Nos guía hasta llegar a la ciudad. Los rayos de sol del mediodía iluminan la magnífica catedral
gótica. Los niños juegan en la calle, y el tránsito de personas nada escaso. El orfanato se encuentra
cerca de la plaza mayor, así que no es muy difícil llegar a él. El edificio es enorme, con el jardín
más amplio que he visto nunca. Muchos niños corretean fuera, y el ambiente es agradable.
Mi corazón me late muy fuerte, y mi mano derecha está engarzada a la de mi hermano. Cuando el
señor Bayer llama al timbre, una mujer grande y ancha de espaldas nos abre las grandes puertas del
edificio.
-¡Bienvenidos a Regensburg!-Exclama con voz alegre, a pesar de que nuestras caras no expresan el
mismo entusiasmo. El señor Bayer la saluda, y, acto seguido se identifica.
-Soy el señor Bayer, y éstos, Diana y Peter Weiss. Diana se quedará aquí una temporada...
¿Verdad?-Le respondo con un leve asentimiento.
-¡Vamos! Alegrar esas caras, y pasad dentro, así os enseñaré las instalaciones y me contáis qué váis
a hacer.
Le hacemos caso a la simpática niñera y pasamos. La primera impresión de mi nuevo “hogar” (Si
así puede llamarse) es más o menos buena. El amplio pasillo lleva a la cocina, pasando por el salón
y un comedor tan grande como mi casa. Escaleras arriba están los dormitorios, los baños y una
pequeña biblioteca, que sinceramente, me impresiona. Este sitio ha conocido tiempos mejores. Todo
parece tranquilizador y neutral, como sacado de un cuento. Lo malo esque eso no existe, almenos en
el modo en el que yo miro al mundo. Todo lo bueno tiene algo malo.
Tras dar un tour por todo el orfanato, nos sentamos en la sala de visitas, y la niñera nos sirve un té
de canela.
-Bueno, contadme...
-Helen, estos chavales lo han pasado muy mal, ya le dejaré el expediente de la niña al marcharnos.
-¿Marcharos?
-Sí, yo me llevaré a Peter a una academia militar, un poco más al Norte.
-¡¿Qué?! ¡¿Qué significa esto?!-Grito. No me lo puedo creer.
-Calma, pequeña...-Intenta tranquilizarme Helen. Pero ni mil caricias ni palabras podrían conseguir
que me siente y cerrara la boca. La cara de mi hermano lo dice todo.
-Diana... Yo, lo siento mucho, pero es que... no quería que lo supieras antes de bajar del tren. Si no...
-¡No! ¡Una academia militar! ¿Estás loco? ¡Acabarás alistándote en el ejército!
-¡Escúchame!-Entonces me callo, y ahora me imagino a mi hermano en la guerra, en algún lugar de
Francia o Rusia, en un barco o submarino, quizás en un tanque, o en un avión bombardero. Pero
esté donde esté, se hunde, explota por los aires, o se estrella. Y yo me quedo sola.-Mira, es sólo una
academia militar. Quizás me llamen para la guerra, pero papá se alistó voluntariamente, y él tenía
mucha preparación. Nadie querrá a un simple soldado raso para una misión de vida o muerte.
¿Entiendes?
-Peter tiene razón, niña.-Añade el señor Bayer.-Pero yo le lanzo una mirada llena de odio. El señor
Bayer no sabe nada, por muy importante que se crea. Estoy demasiado dudosa como para llorar.
-¿Cuándo podrás visitarme? ¿Cuándo te acordarás de mí?-Susurro.
-Los fines de semana me dejan salir. Siempre cuando pueda pagarme un viaje en tren, vendré a
verte. Nos enviaremos cartas, lo prometo. Jamás te dejaré.-Me coge la mano, y yo sigo mirando al
suelo.-Todo va a salir bien.-Creo que no sabe bien cómo van a ir las cosas, o también es posible que
sólo quiera mentirme para tranquilizarme.
-Debemos irnos ya, Peter.-Interrumpe el señor Bayer, que mira el reloj tan exasperado como el
conejo del cuento de Alicia en El País de Las Maravillas.-Si queremos llegar por la tarde tendremos
que partir ya.
-Os acompañaré a la puerta.-Dice Helen. Y cuando se levantan, los sigo.
-¡Ah! Casi se me olvidaba... tome el expediente de Diana. Aquí figuran sus parientes y, en general,
todo lo que debe saber.
-No todo, señor Bayer.-Replica, mientras extiende la mano para recibir los documentos.- Hay cosas
que no están un simple papel, si tengo que saber algo importante, sólo me lo puede contar ella.-En
ese instante una cálida mirada se dirige a mí, como una taza de chocolate caliente junto a la
chimenea en una noche fría. Nadie ajeno al padre Patrick y a mi hermano me había tratado de esa
forma desde hace mucho. La miro, desconcierta, en busca de algún por qué.
-Bien, pues marchemos entonces.-Me acerco a mi hermano y le miro de la forma más lastimosa
posible. Entonces se agacha y me abraza. Ahora sé que no lo veré en un tiempo. Que, la única
persona que ha estado ahí desde siempre, se va, y me abandona. Le aprieto con fuerza y nos
separamos. Me besa en la mejilla y el señor Bayer abre una de las dos puertas que forman la gran
entrada del orfanato. Orfanato. Aún no me he acostumbrado a pronunciar la palabra. Helen se pone
a mi lado.
-Hasta pronto.
-Adiós.
Ni mi hermano ni yo intercambiamos un adiós ni un hasta pronto. Sabemos de sobra que no hará
falta.
Se dan la vuelta y veo como mi hermano se va, y lo contemplo, por última vez en bastante tiempo,
torcer la esquina.
-Vamos, te enseñaré la habitación.
Avanzamos por el pasillo y subimos las escaleras. En la primera planta están las habitaciones de las
chicas, más arriba aún, la de los chicos. Somos unos 33 en total, 15 chicas y 18 chicos. Mi
habitación está al fondo, y la comparto con otras siete chicas.
Las habitaciones se agrupan por edades. Hay pocos de mi edad. Los que más abundan son los
menores de 9 años, según me cuenta.
Son amplias, antiguas y las paredes se encuentran en no muy buen estado. La madera del suelo
chirria por cada paso que das, y tiene aspecto podrido. Las camas, de hierro sólido y oxidado, tienen
un ligero e incómodo colchón sobre los muelles, acompañado por una manta sobre él. Es constante
la precariedad, la falta de cuidado y el uso que se le da a todo, sacándole el provecho al máximo.
Esa es una de las costumbres que tenemos la gente pobre, nunca tiramos nada, porque, lo que
tenemos es, normalmente lo que encontrmos, y son restos. Dejo el equipaje en una cama libre, y
coloco la ropa en un armario. Mientras Helen me explica todo lo que debo saber sobre este sitio, yo
asiento y observo, y alguna vez pregunto, pero tampoco es que me fascine saber algo sobre este
lugar.
Mi falta de interés debe ser difícil de disimular, ya que Helen frunce el ceño un poco.
-Hija, deberías dejar de preocuparte, estás en buenas manos.
-Pero el no.
-Vamos, eso tú no lo sabes, anda, bajemos al patio y te presento a los demás.
Mi paciencia se agota por segundos y dejo que se autoconvenza. Avanzamos escaleras abajo y
atravesamos las estancias rápidamente. Salimos a un jardín en la parte trasera del edificio. Hay un
par de bancos y columpios en los que dos niños pequeños se están balanceando. Otros están
jugando a las canicas, o hablando.
-¡Chicos! Venid.-En ese instante todos se acercan.-Esta es Diana, es nueva aquí, así que tratarla
bien, ¿Eh?-Me siento muy observada e incómoda. Tantos ojos mirándome me hacen sentir fatal. Qué
vergüenza... Bueno, yo me voy a ayudar a Isabelle a hacer la cena.- Todos los demás se van y
vuelven a su actividad normal.
Busco un árbol y me siento apoyada en el tronco. Demasiado cambio. Ahora soy yo quien los
observa, por ejemplo, me fijo en un niña de unos doce años que está leyendo un libro. Es morena y
tiene la piel muy blanca, pero sus ojos son negros azabache. Es bajita y lleva una delgada trenza
atada con un lazo azul posada uno de sus hombros. No muy lejos de ella hay un niñito de unos
cuatro años jugando con una pelota de goma. Pero lo que más me llama la atención es el rosario que
lleva una de las niñeras del orfanato, que ha salido a pasear a un bebé en un cochambroso
carricoche. El padre Patrick siempre llevaba uno entrelazado en una de sus manos. Pronto le
escribiré alguna carta infromándole de mi estupendísimo nuevo hogar y la gran compañía que
tengo. Sí, quizá se lo crea después de todo.
Han pasado las horas y casi está servida la cena, así que bajo a la cocina y me encuentro a Helen
fregoteando y a unas muchachas calentando agua en la hornilla.
-Vaya, ¿Así que te gusta la puntualidad?-pregunta, al advertir de mi presencia.
-La verdad es que sólo estaba dando un paseo y no pude evitar entrar por el olor.
-Vamos, todos sabemos que esto no es cosa del otro mundo-y señala a la olla situada al lado suyo.-
Sólo son verduras hervidas en agua caliente y un poco de sal.
-Cualquier cosa me vale, Helen.
Ella parece haber entendido lo que en realidad pretendía decirle. Sabe que no me compadezco de mí
misma. Y por ello y algunas cosas más, me está empezando a caer bien.
-¿Tú eras...?-me giro al escuchar la débil pregunta y me encuentro con una chica escuálida y joven,
mayor que yo. Veinte años le echaría.
-Diana.
-Ah, sí, la de esta mañana. Bien, pues.. ¿Me ayudarías a llevar esto al comedor?- Acto seguido alza
los platos y cubiertos que sostiene.
-Claro. Es por el pasillo que lleva hacie el salón, ¿No?
-Voy yo contigo.
Después de colocar las cosas ya va apareciendo la gente. Uno de los chicos que se acercan, lleva
una guitarra en la mano y se sienta en una silla un poco apartada de las demás. Empieza a tocar
unos acordes sueltos, y todos nos acercamos a escucharle. Los acordes emopiezan a entrelazarse y
forman una canción. La conozco. Me es familiar.

“Si estás conmigo, hijo,
si no te separas de mi camino,
coge mi mano, fuerte,
olvida esos llantos,
imagina que son de alegría,
porque los soldados vuelven con sus familias.
No intentes renunciar a lo que quieres,
el más débil siempre pierde,
hijo mío, no te apartes de mi camino,
no me hagas velar día y noche por tu regreso,
que mis lágrimas llenarían mares y ríos,
de allí los sedientos beberían,
ay hijo mío.
¿Quién merecía esto?
¿Quién eligió por nosotros?
esas muertes nadie las compensa,
imagina que son truenos,
inocentes, obra de Dios,
no, por favor, no,
¿Qué madre desea, ver a su hijo bajo tierra?
Si estás conmigo, hijo,
si no te separas de mi camino,
coge mi mano, fuerte,
olvida esos llantos,
imagina que son de alegría,
porque los soldados vuelven con sus familias.
Aunque polvo comamos,
aunque lodo bebamos
tendré lo más valioso
ay, mi hijo.

Sin querer lo he vuelto a hacer. Justo como aquella vez. Unos me miran con ojos incrédulos, otros
con la típica mirada con la que contemplarías a una persona que acaba de hacer algún tabú. Apenas
he probado bocado, pero me levanto y me voy a paso ligero hasta mi cama. Me siento fatal.
Mientras me cambio, oigo como una lechuza se posa en la ventana.
-¿Qué miras?-Le digo. Y la echo de la repisa. Cuando me tiro en la cama, suspiro y dejo mis ojos
cerrase.
“Mañana será otro día”




















sábado, 20 de septiembre de 2014

El diario del hombre fusilado

 


Capítulo 3
“El diario del hombre fusilado”

Cuando despierto, la habitación está vacía. No deben ser más de las nueve. Me levanto y llego al
baño, y allí me lavo la cara y las manos. Después me pongo unos pantalones negros y una camisa
verde azulado, con el medallón por fuera: Ya no temo que lo vea nadie, pues tendrían que vérselas
conmigo cualquiera que pretendiera quitármelo. Bajo por las escaleras y voy hacia la cocina, y en el
trayecto me encuentro algún que otro niño que me mira de forma extraña.
Nada más verme, la joven niñera de dieciséis años me saluda.
-Buenos días... Diana, ¿Verdad?
-Sí. Buenos días, Isabelle.-Al decir su nombre frunce el ceño. Seguro que es porque ella no me lo
dijo, pero he oído varias veces a Helen llamarla y verla acudir rápidamente. Es muy nerviosa, y
bastante delgada. Supongo que ella duerme tanto como mi hermano; las mismas sombras azuladas
bajo los ojos. Me pregunto dónde estará... si habrá llegado ya a la academia militar.
-Ten. Helen ha salido a comprar, pero sabía que dormías y me ha dejado esto para que desayunes.-
Dice, mientras me sirve un plato con pan y leche.
-Eh... gracias.
Mientras como me acuerdo del padre Patrick y de la carta que le prometí enviar; así que cuando
termino, voy directa hacia la pequeña biblioteca (Que consta sólo de unas seis de librerías y tres
escritorios viejos) pero para mí es suficiente. Husmeo un poco por allí y observo la cantidad de
libros y archivadores. Entonces voy hacia los escritorios y en uno de los cajones encuentro unas
amarillentas hojas de papel y un bolígrafo. “Perfecto” me digo. Me siento en la silla y empiezo a
escribir:

Regensburg, 28 de Enero de 1944.
“Querido padre Patrick,
Le envío esta carta tal y como le pormetí. Mi hermano y yo llegamos Regensburg en tren. El señor
Bayer se ocupó de nosotros, y cuando me dejaron aquí, se llevó a Peter a una academia militar un
poco lejos.
Todo parece agradable, las mujeres que llevan el lugar no parecen maltartar a ninguno de los que
están aquí y comemos todos los días. Espero que todo vaya bien por ahí.
Siento tanto la brevedad de la carta como la ortografía, pero no hay mucho más que contar.
Espero su respuesta:
Diana Weiss.”

No pienso poner que Bertam es un señor desconsiderado y además, un inspector. Las cartas las
abren antes de ser enviadas, porque pueden ser de espías y el régimen no lo puede permitir. Y está
más que claro que he mentido acerca de...

-Vaya, vaya, vaya.. ¿A quién tenemos aquí? Es un honor que el pajarito oficial del lugar haya
aparecido en nuestra agradable biblioteca, ¿No le parece?-Esa voz tan sarcástica me paraliza. Sí,
está detrás de mí, así que me levanto despacio y me giro. Un chico un poco mayor que yo está
plantado más o menos a un metro de mí, con un libro entre las manos. Esos ojos gris azulado se clavan en mí, llenos de ironía y orgullo. Pero a mí en orgullosa no me gana un chaval del tres al cuarto.
-Bueno, si prefieres llamarme así... gracias por el cumplido.-Respondo con el mismo tono sarcástico
recibido, acompañado de una media sonrisa nada alegre. Se acerca y contesta:
-Todos lo preferimos. Tras el numerito que montaste a la hora de cenar... no cupo duda de que eres
un verdadero pájaro cantor. Pero disculpa que discrepe: que te llame pájaro cantor no significa que
por ello cantes bien. Hay pájaros cantores con voz ronca.
-No es mi objetivo cantar maravillosamente. Sólo seguí la melodía de los acordes y sin quererlo, ya
lo había echo. Fue sin voluntad propia.
-Vaya... así que el pajarito cantor tiene debilidad por la música. Excelente.-Y abre el libro, que en
realidad está con las hojas cortadas, y veo cómo saca una cantimplora de licor.-Supongo que ya
sabes cuál es la mía, ¿No?-Echa un trago y ríe.
Entonces cojo la carta, me la guardo en el bolsillo, echo a andar y me dispongo a salir por la puerta
cuando me dice:
-¿A dónde vas, pajarito? Estábamos manteniendo una agradable conversación.
-No hablo con borrachos, pero estoy segura que esa pared desea contarte algo.-Y salgo de la
estancia. Me recuerda a mi tío y lo que hacía mi hermano para evitar que le viese mientras estaba
bajo los efectos del alcohol, o a esos hombres que andaban por las calles haciendo equilibrios cerca
de la taberna de Otto.
No se cómo, pero acabo en el vestíbulo, y me encuentro a Helen agitada y con aspecto de haber
corrido mucho. (Quizás no, pero su condición física no es que sea muy... resistente.)
-¡Han cogido a otro! ¡Lo van a matar en la plaza!
Isabelle se apresura y llega junto con tres niñas.
-¿Otro más? ¿Cuándo?
-Irma me ha contado que unos soldados entraron a una casa abandonada en la calle de al lado de su
panadería y lo van a fusilar en la plaza. Para meter miedo, supongo.-Dice, sin apenas aliento,
mientras deja dos canastos de pan, acelgas y fruta en el suelo.
-Vamos niñas, llevarlo a la cocina, y tú, Helen, descansa un poco, a ver si te va a dar algo.
-Anda Diana, ¿Cómo te encuentras?-Pregunta Helen.
-Mmm... bien, sí. He estado en la biblioteca, y necesito saber una cosa.
-Dime, hija.-Acto seguido saco la carta.
-¿Dónde puedo enviarla?
-Mira, hija, en el buzón de la oficina de correos. Está en... ¡Ah! Mira, Bruno te servirá de guía.-Le
sigo la mirada a Helen y descubro al chico de ojos azules andando despacio con ojos incrédulos.
-¿Qué?-Ni lo sueñes, Helen.
-Vamos, se educado. No sabe dónde está la oficina de correos.
-Que se busque a otro idiota, yo estoy ocupado.
-Bruno. Te ordeno que vayas inmediatamente a acompañar a Diana a la oficina de correos.
Ahora.-Bruno se dedica hacer un resoplido de dimensiones espantosas. Un par de ojos me miran,
fastidiados y enfadados. Sí, estaba muy ocupado, tras la charla con la pared tenía que abrir su libro
sin hojas y echar un trago. He hundido sus planes y me siento la peor persona de este mundo.
Entonces avanza y pasa por en medio de las dos, llega a la puerta y la abre.

-Cuanto antes marchemos, antes llegaremos.-Y salimos a la calle.
Es increíble la cantidad de personas que se encuentran en la plaza. Tenemos que pasar por todo el
bullicio, y además, es difícil seguirle la pista a Bruno; anda demasiado rápido.
-¿Te importa ir más despacio?
-Pensaba que los pajaritos tenían alas.
-Para ya de decir estupideces. ¿Dónde estamos?
-Si giramos hacia la derecha y pasamos la herbolería veremos la oficina de correos. Vamos, casi
estamos ya. En efecto, llegamos en seguida y entramos. La oficina es pequeña, con dos mostradores
y un buzón enorme y rojo en el que está dibujada una carta. Ya está, mientras Bruno charla con un
amigo suyo, yo voy al buzón. Pero, cuando la saco de mi bolsillo, me doy cuenta de que no tiene
sello. Genial.
Así que me acerco a un mostrador libre de gente y le pido uno.
-Son cinco Reichspfennig, señorita.
-Oh, vaya... espere un momento.-Respondo, un poco nerviosa.
Voy hacia donde está Bruno y su amigo.
-Bruno, necesito cinco Reichspfennig para un sello...
-Oh, mierda, Diana, piérdete ¿Vale?-Su amigo parece un poco molesto y añade de forma irónica:
-Vamos Bruno, no trates así a una chica. Sólo quiere enviar una carta.
-No llevo dinero.
-Luego te lo devuelvo, por favor, son sólo...
-¡Está bien! Toma esto y lárgate, no quiero saber nada más de tí, ¿Entiendes?-Saca un moneda de su
bolsillo y me la pone en la mano con gran brusquedad.-Vamos, largo.

Me voy un tanto decaída, me dirijo hacia el mostrador y compro el sello, entonces, cuando deposito
la carta en el buzón y me doy la vuelta, el amigo de Bruno se encuentra justo a un palmo de mí.

-Venga, no te asustes, Diana.
-Uh, que sigiloso eres, ¿Eh?
-Ya lo creo. Oye,-Dice, vacilante.-Siento lo de antes, esque Bruno es un poco... “Especial” ¿Comprendes?
-Ya. Sobretodo con su licor.
-Venga, no bromees acerca de esas cosas. Es serio.-Responde con una cara que me hace pensar que
lo dice de verdad.
-No te entiendo.
-Vamos a ver, Bruno es tan “Especial” porque en su mochila lleva demasiado peso.-Mi cara debe
parecer de alguien que no comprende, porque sige hablando:-Quiero decir que, es huérfano, y
bueno, sus padres y su pasado... no te puedo contar más. Lo siento. Es sólo para que lo entendieras
un poco.
-Bueno, vale. Gracias por ello.-Así que tras darse media vuelta y dar un par de pasos, gira su cabeza
hacia mí de nuevo y dice:
-Por cierto, soy Ancel.-Tras ello, cruza la puerta y se pierde entre la multitud.

Después salgo yo y me dirijo hacia la plaza. Logro colarme entre la gente y veo cómo traen a un
hombre a rastras un par de soldados. Entonces lo obligan a mantenerse en pie, pero está tan débil
que no cabe duda de que lo han pegado y torturado.
-Esa alimaña seguro que es otro azkenazí.-Suelta una mujer obesa, que se encuentra a mi lado.
Entonces, uno de los soldados empieza a hablar:
-¡Estos! ¡Estos son el enemigo! Los judíos no son creativos, son destructivos. Muchos de vosotros
sois pobres por vuestra culpa. ¡Ellos.-Sujeta la cabeza del hombre, tirándole del pelo.-Pretenden
dominarnos a todos!-Entonces le hace una señal al otro soldado, que lo derriba de dos disparos; uno
en la cabeza que le parte el cráneo y otro en el pecho. Cuando cae se lo llevan y la gente se dispersa.
Además del barullo, los comentarios y la rapidez de los acontecimientos, soy incapaz de pensar en
otra cosa mas que en ese pobre hombre. ¿Tendría familia e hijos a los que alimentar? ¿Un trabajo?
Me siento fatal y, creo que voy a volver al orfanato ya.

Atravieso la plaza ya libre del gentío y de repente siento que me estampo contra el suelo. Por poco
me caigo, pero sólo he resbalado con... la sangre. Me entran unas arcadas horribles, aunque aguanto
y arrastro los pies para desprenderme de la sangre de los zapatos. Mientras observo un gato bajo un
coche oigo el desliz de algo en el suelo. Mientras arrastraba los pies he empujado un libro
manchado de rojo. Lo recojo y miro a un lado y a otro a ver si alguien lo ha perdido, pero apenas
hay gente. Sólo un hombre que lleva un delantal lleno de harina tenderle las manos a un soldado
mientras éste le da un billete. Entonces bajo la cabeza y miro asustada al suelo. ¿Le ha pagado a ese
hombre para matarlo? Noto que vuelven las arcadas y me apresuro a llegar al orfanato. Sé que hay
recompensa económica por delatar a un judío o a un negro, pero de algún modo, por alguna razón,
me cuesta creerlo.
Al llegar, subo rápido las escaleras y me meto en mi habitación, que aunque la comparto con otras 2
chicas más, está afortunadamente, vacía. Al quitarme la chaqueta me doy cuenta de que tengo la
camisa manchada de sangre, pero no me importa, ahora mismo hay cosas más urgentes. Siento
como si el corazón me fuera a salir por la garganta, con el pulso aceleradísimo por la carrera, y me
coloco a los pies de la cama, con la puerta a mis espalada, para que si alguien entra, me pueda dar
tiempo a esconder el libro. Cuando abro la tapa, me doy cuenta de que por mucho que pase las
páginas, no entiendo nada de lo que pone. Quizás sea por lo agitada que estoy. Pero al tiempo de
intentar buscarle el sentido, descubro que el problema no está en mi cabeza, sino que es el libro.
Está escrito en una lengua extraña. Pero hay algo que me corta la respiración. En el lomo hay una
estrella de seis puntas. Entonces... el libro era del askenazí...
Oigo pasos acercarse, así que guardo el libro bajo la cama y finjo mirar por la ventana justo antes de
que se abra la puerta.

-Diana, vaya, veo que has vuelto. ¿Enviaste la carta?
-Sí, había mucha gente, pero logramos llegar.
-Vale. Pues, si quieres, necesito que hablemos las dos un poquito. ¿Te parece?
-Claro.-Entonces se acerca un poco más y se sienta en el otro extremo de la cama.
-Me gustaría que me contaras qué te parece todo esto, y también conocerte un poco más.
-Bueno, este sitio es... muy agradable, de veras.-Pero Helen no parede muy convencida.
-Vamos, hija. Soy vieja, pero no tonta.
-No quiero que mi hermano vaya a la guerra. Mi madre y mi tío... mi padre, jamás lo hubieran
querido. Maldita sea, ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?
-Las cosas son así, Diana. ¿Te crees que estos chiquillos no tienen su pasado, su razón de por qué
están aquí?.-Entonces bajo la cabeza, porque sé que tiene razón. Pero aun así me atrevo a decirle:
-¿Como Bruno?.-Entonces la miro a los ojos, y ella palidece.
-Eh... sí.-Se pone nerviosa y se apresura a cambiar de asunto.- Vamos... tengo cosas que hacer.
Hasta luego, hija...-Entonces se levanta y desaparece tras la puerta.
Al parecer, no sabe mentir muy bien. Pero no quiero quedarme aquí hasta la hora de comer, así que
salgo a dar una vuelta por ahí. Recorro el pasillo y me encuentro con un niño pequeño, que se
acerca a mí y dice:
-¿Tú caramelos?
-No, lo siento, no llevo nada.-Respondo, encogida de hombros y con una media sonrisa. Pero parece
ser que eso no es suficiente, porque me coge de la mano y me lleva hasta una de las últimas
habitaciones de la planta. El niñito empuja la puerta y descubro a una chica de pelo castaño claro
precioso, dibujando un maravilloso atardecer en un lienzo. Como si supiera que estábamos allí,
pregunta:
-¿Que quieres?.-pero antes de que pueda responder, el pequeño se me adelanta.
-Caramelos, Astrid.
Entonces se da la vuelta, arquea las cejas y saca de su bolsillo un papelito en el que está envuelto
una bola pegajosa y naranja. Nada mas ver el dulce, el niño corre con pasos cortitos y desordenados
hasta ella. Extiende la mano, pero ella alza el brazo arriba para impedir que lo coja.
-No, no, no. Sólo si prometes portarte bien y dejar de decirle a Isabelle que hay un Tyrannosaurus
rex en el jardín, porque están extintos, Jörg.-El pequeño asiente, aunque en vez de mirar a los ojos,
sigue con la mirada fija en la mano de la chica. Seguro que no ha prestado la más mínima atención.
Pero lo que sí ha aprendido es que poniendo ojos de corderito degollado y asentir a todo, consige lo
que quiere. Entonces ella baja el brazo y le entrega el caramelo. Luego el niño se va, con una
sonrisa triunfante.
-El mes pasado le dió por inventarse de que había un unicornio rosa en el baño.-Cuenta, con una
cara de exasperación infinita.-Ya sabes, los niños son niños.
-Sí, demasiada imaginación.
-Bueno, me presento: Soy Astrid.
-Yo Diana.
-Sí, ya lo sé. Tranquila, no vas a necesitar presentarte mucho por aquí.
-¿Es por lo de anoche?
-Por desgracia no estaba, pero me lo han contado. Cantaste una canción... un tanto extraña.
-Bueno, ésa era la canción que mi abuela le cantó a mi padre cuando marchó a la guerra por primera
vez. Es muy personal, pero el chico de la guitarra sabía la melodía.
-Sí, Bastian sabe tocar la guitarra muy bien, y conoce muchas canciones. Por cierto...-Dice,
mientras me señala con su dedo índice:-¿Acaso has matado a alguien? Eso no parece ser pintura
roja.-Al principio me alarmo, pero por su tono deduzco que bromea.-Tranquila, no diré nada.-Y se
lleva su dedo índice a los labios. Entonces repite:-Nada.-Sonreímos y ella se pone a limpiar un
pincel.
-Me encanta tu pintura, de veras.-Entonces contemplo el paisaje: Un cielo rojizo, con vetas naranjas
y amarillas, acompañado por unas nubes claras y dispersas, resaltan el oscuro bosquecillo de abetos.
Me transmite energía, cosa increíble para ser sólo un cuadro.
-El secreto es saber sintetizar bien los colores, y entender bien la cromática de lo que deseas pintar.
-¿Dónde viste esta puesta de sol?
-Los primeros días, al empezar a dibujarlo, tuve que ir cada atardecer al bosque que hay un poco
más lejos de aquí, para fijarme bien. Sí, es un poco peligroso, pero merece la pena. Ya casi he
terminado de darle los últimos toques, y en seguida estará listo para ser expuesto en el vestíbulo.
Alegrará esas sosas paredes color amarillo pastel.
El resto de la mañana la pasamos hablando. Astrid llegó cuando era una recién nacida, y desde que
era pequeña se notaba lo observadora que era: podía pasarse horas y horas mirando los árboles
moverse por el viento, o cualquier otra cosa que le pareciera de interés. Recuerda cómo Helen la
veía pasar las horas muertas haciendo garabatos. Al principio la mujer creía que era normal, pero al
cabo de pocos años, esos garabatos cobraron forma. Con tan sólo diez hizo el retrato de la Virgen
María que hay en la catedral, y su talento ya era indiscutible por ese entonces. Se ha ganado cierto
reconocimento entre la gente del barrio, incluso a veces le piden encargos, cosa que ayuda mucho al
orfanato. Después me cuenta cosas acerca de la ciudad, y la gente de por aquí:
Ludwig es el panadero, y su mujer, Irma. Tienen dos hijos pequeños, y son muy religiosos.
Hannelore lleva la herbolería junto a su hermano Sören, el prometido de Isabelle, y se casarán en
pocos meses. Anette es propietaria de un estudio fotográfico, y Jochen del ultramarinos. Me ha
hablado también de Ancel, que resulta ser el hijo del dueño de un restaurante, el “Flasche
Champagner ”. Entonces me habla de algunos del orfanato, y de Bruno.
-Ese chico es demasiado avispado.-Comenta. Entonces recuerdo a la reacción de Helen cuando lo
nombré, y el pequeño encuentro que tuve con su amigo Ancel.
-¿Qué puedes decirme de él?
-Ajá. Así que ya te has fijado... Bueno, no me extraña. No has sido la única.
-¿Qué? No, yo... no es eso.-Ahora me siento bastante incómoda.
-Vamos, no me nieges algo así. No pasa nada por aceptarlo.-Y ríe.
-¿Es que tú y él...?
-Ah no, por supuesto que no.-Dice, mientras sonríe un poco.-No es mi tipo. Además, está siempre
“ocupado” ¿Entiendes?.-La verdad es que no logro entenderla para nada, y volvemos a hablar de
otros asuntos, que para mí, son más interesantes.
Han pasado las horas, y ya es casi la hora de comer, así que bajamos y nos sirven estofado. Durante
la comida Astrid me presenta a Bastian, el chico de la guitarra, que es un año menor que nosotras.
Es muy patriótico, y al parecer, desea pertenecer a las Juventudes Hitlerianas cuando antes. No para
de contar cómo le gustaría disparar a esos soviéticos comunistas, o llegar a ser un alto mandatario en el ejército. Luego empiezo a hablar con Dennis y Dana, dos gemelos muy distintos; Dana es callada y un poco tímida, aunque con una sóla mirada es capaz de expresar más de lo que podría con palabras. Pero Dennis parece ser muy extrovertido, y no se corta nada en bromear acerca de cosas como la calva del obispo de la ciudad. Su sentido de humor es muy ingenioso, nada que ver con las pésimas idioteces de Bruno; a quien por cierto lo encuentro negociando con Jörg el último trozo de carne a cambio de un caramelo rancio.
Después ayudamos a recoger, y cuando terminamos, Helen me da algo de dinero para comprarme
ropa, porque se quedó sorprendida cuando vió mi escaso equipaje. Entonces le pido a Astrid que me
acompañe, y ella acepta encantada.
Pasamos por Regensburger Dom, la catedral, y muy poco después cruzamos el puente de roca que
comunica los barrios del centro con Stadtamhof. En el río Danubio es fácil ver gansos entre los
cañaverales, que se extienden más allá de la ciudad. Astrid me cuenta muchísimas cosas sobre el
pasado histórico de la ciudad, por ejemplo que los romanos la fundaron y la nombraron ciudad
imperial por los emperadores del Sacro Imperio Romano.
-Mañana toca volver a la escuela.-Dice.
-¿La escuela?
-Sí, ¿Esque nunca fuistes?
-Pues... No. Es decir, sé cosas como leer, escribir, matemáticas, ortografía y un poco de
conocimiento sobre plantas.
-¿Y el poema “La sangre es sagrada y sacrosanta”?
-Pues no.
-Te lo enseñaré. Es lo primero que te preguntará la profesora. Cuando hay alguien nuevo, me
refiero.
-Gracias.-Y ambas sonreímos.
Al poco tiempo llegamos a una tienda y compramos un par de camisas, y Astrid me obliga a incluir
una falda marrón. “Quedarás monísima” dijo. Estaba a punto de decirle que preferiría estar cómoda,
antes que estar “monísima”, pero aprecio lo que ha hecho por mí, así que me callé.
Ya casi anochecía cuando volvemos al orfanato. Entonces mi amiga me enseña el poema que
supuestamente es obligatorio saberlo.

Mantén pura tu sangre,
No es tuya nada más,
Te llega de muy lejos,
Y más lejos se va.
De mil antepasados
El rastro aún conserva
Y contiene el futuro.
Ella es tu vida eterna.

Tras un par de intentos, logro recitarlo de memoria. Entonces aparece Isabelle con un cuaderno y un
bolígrafo, que me los entrega para mañana cuando vayamos a clase. Luego pensamos en bajar a
ayudar con la cena, pero a Astrid se le ha olvidado hacer las tareas, así que la ayudo.
-¿Sabes qué? Me he apuntado a un concurso de caligrafía. Mira.-Entonces saca de un cajón una
revista, y señala una parte de la página principal con un eslógan: “Sienta alemán, piense alemán,
hable alemán, sea alemán en la escritura también”.- Se me da muy bien la escritura gótica.-Añade.
Cuando terminamos ya es casi la hora de cenar. El menú consta de Gebratene Fleisch, que es carne
con piel, acompañado de Sauerkraut, repollo picado fermentado con sal. Helen se vuelve medio
loca intentando buscar a Bruno, que no aparece por ninguna parte. Después, volvemos cada uno a
nuestras habitaciones, y por primera vez me fijo en que mis compañeras de cuarto son Dana y
Trude, una chica de voz aguda y mente despierta, pero a la vez, extremadamente ordenada. “Esto
parece una leonera.” es algo que según me ha dicho Dana, suele ser su muletilla. Tras charlar un
poco con ellas, Trude se da cuenta de mi herida que tengo en la mano, a la que no había hecho caso
hace mucho. Está roja y no parece cicatrizar muy bien.
-Esto está infectado.-Entonces pone un dedo encima de la piel inflamada y retiro la mano de dolor.-
Dana, trae agua oxigenada y algo de diclofenaco. Está en el baño.-Entonces se dirige a mí de
nuevo.-Deberías cuidarte un poco más. Entonces Dana regresa con un botecito en el que pone:
“Diclofenaco Novartis”. Después me venda y me acuesto en la cama. Casi es noche cerrada cuando
me doy cuenta de mi deuda pendiente, así que cojo una moneda que me sobró de la compra que
hize, y subo a la planta de arriba. Me cruzo entonces con Bastian, a quien le pregunto dónde está la
habitación en la que duerme Bruno. Siguiendo las indicaciones que me ha dado, llego hasta una
habitación. Llamo entonces a la puerta, pero nadie contesta. La abro despacio y descubro lo
pequeña, aunque lo justo como para pertenecer a una sola persona, ya que sólo hay una cama, y
junto a ella, un escritorio. Sobre él hay un telegrama. Sé que es privado, pero no puedo evitar
apartar la vista de él:
“Querido Bruno, hace mucho tiempo queno hablamos. Siento no haberte escrito antes, pero si mi
padre se entera estoy muerta. Reúnete conmigo esta noche en la puerta norte de la catedral.
Tuya siempre, Pauline.”
Vaya, ahora entiendo a Astrid.
-Buenas noches, pajarito. Seguro que no te han dejado cantar y has venido aquí a pedirme que te
haga de público, ¿No?. Porque para mí que estabas husmeando entre mis cosas.-Entonces saco la
moneda de mi bolsillo y se la enseño.
-¿No la quieres? En ese caso, me la quedaré.-Y me dispongo a guardarla cuando veo que extiende
su mano hacia mí. Entonces se la doy.
-Espero que la lectura haya sido de tu agrado.-Dice, mientras se acerca al escritorio y coge el
telegrama.
-Helen estaba buscándote, pero supongo que tu novia te reclamaba.
-Supones mal. No es mi novia. No pierdo el tiempo con esas tonterías.-Una respuesta bastante
madura, y me sorprende.-Suelo tener varias a la vez.-Mi expresión cambia, y una mirada de
incredulidad se dirige hasta él como una flecha. ¿Pero de qué va?
-Interesante...Bien, tengo asuntos mas interesantes de los que debo encargarme. Adios.
-Buenas noches, pajarito.-Dice con tono sarcástico.