Presentación

Bien, voy a empezar presentándome y a explicar el por qué de este blog.

Soy Claudia, 17 años, estudiante y aficionada a escribir en ratos libres. Me gusta escribir, pues siempre me ha ayudado a desarrollar mi imaginación, mi capacidad de redacción y en general, a crear sinopsis, entre otros. Llevo exclusivamente en esta novela cuatro años. He investigado todo lo que he podido (Y sigo en ello) acerca de la ambientación de la historia ya que es cien por cien real, exceptuando lo que es "la vida" de la protagonista, los personajes y sus vidas particulares. Al ser uno de los hechos históricos más relevantes del mundo, decidí ambientarme en esta época por la cantidad de mensajes que es capaz de transmitirnos. Me resulta interesante y a la vez, alentador.
Empecé con esto hace ya tiempo, como anteriormente he mencionado, pero sólo con un objetivo: el terapéutico. Me ayuda a evadirme ya que mi creatividad es un rasgo característico en mí. Era privado, sólo lo leía yo, hasta que no hace mucho, una amiga empezó a leerlo: llevaba sólo unas 20 páginas, pero le encantó. En busca de nuevas propuestas y opiniones fui pidiendo consejos e ideas a mis amigos y conocidos, que me ayudaron y recibieron con buena crítica la novela en proceso.
Como quiero seguir adelante con esto, necesito un apoyo más grande, es decir: lectores. Ahí es donde entráis vosotros. Espero que disfrutéis, gracias :)
Nota: Este es un borrador, así que habrán fallos de escritura y el texto está sin pulir así que espero que lo entendáis. Voy poco a poco reformando partes y corrigiendo pero es algo costoso y tardaré un tiempo en completarlo. Gracias por vuestra compresión!

lunes, 13 de enero de 2014

Salvación


Capítulo 8
“Salvación”

Cuando desperté, creí estar muerta. Una mujer mayor estaba hablándome, pero me encontraba tan aturdida que no pude entender lo más mínimo. Anoche... ¿Bruno? Me incorporé al acto. Sentí mis ojos cristalizar con la llegada de esas horribles escenas a mi aturdida cabeza. Ese lobo... No era buena idea...
-¿Estás bien chica?-Volví a mirara a la mujer que me observaba detenidamente con ojos entrecerrados, como si trataba de descifrar un complicado enigma.

-Sí...-Susurro. Nerviosa, me restriego los ojos y acepto la botella de agua que me ofrece. Uf, estaba sedienta. Volví a mirarle la cara de nuevo, tomo aire y vuelvo a hablar.-¿Sabe dónde está Bruno? -Me mira con desconcierto y frunce el ceño. Claro, ella no le conoce.-El chico.-Aclaro. Levanta las cejas y  su expresión cambia. Parece haber entendido, pero, tras sus ojos, puedo ver el temor. Unos segundos más tarde, contesta.

-El chico está algo grave...-Hace una pausa.-Intentaré ver si puedes verle.-Se va y me deja sola de nuevo. Me trecuesto y noto cómos se me cristalizan los ojos.
-Bruno...-Susurro. Cierro los ojos, y cierro mi alma. Tampoco quiero pensar. Hay un cúmulo descomunal de problemas en mi vida que no quiero afrontar.
Vuelvo a despertarme y esta vez la mujer viene con una cara algo más alegre.
-Vamos.-Me levanto de sopetón y le sigo.  Mientras andamos me pregunta de forma casual.-¿Cúal es tu nombre?
-Diana.-Respondo.-Diana Weiss.
-Yo soy Eidel Grossman.-Respondió con una media sonrisa. Se veía algo descuidada: bolsas bajo los ojos, ligeras arrugas, pelo enmarañado y postura cansada. Pero aún así me tranquiliza su presencia, y no sé por qué. Es una sensación apcible, como si mientras todo estuviera bajo su control, nada inesperado sucedería. En cierto modo me recuerda a Helen. Pobre mujer, no debí hacerle eso, sin despedirme siquiera.
Llegamos a una cabaña improvisada: Desde lejos se podía observar lo endeble que era. Tras entrar, las sombras se colaron dentro y sólo una lamparilla iluminaba la estancia. Al lado, un cuerpo estaba tendido sobre mantas y un colchón viejo. Había sangre.
-Debes dejarlo descansar, está débil, aunque esperamos que se recupere.-Me acerco y al agacharme me doy cuenta de la gravedad del asunto.

Su rostro: pálido y serio, cual fantasma, daba escalofríos. Tenía el torso parcialmente desnudo, cubierto por una venda algo sucia y manchada de sangre coagulada.  Inevitablemente llevo mi mano hacia su mejilla. Está frío. Le acaricio levemente, mientras noto cómo mis ojos comienzan a cristalizarse.
-No recuerdo...-Susurro.
-Mi marido fue en vuestra ayuda junto con dos hombres más. Me contó que un lobo atacó al chico. Le dispararon al animal justo cuando iba a atacarte. Tuviste mucha suerte, Diana. Lo que no sé es si él también la tiene.

-Queríamos encontraros.-Solté.-Él quería venir. Yo fuí con él. Ambos dudábamos de que siguiérais en el bosque, pero no teníamos otra opción. No podíamos quedarnos en Regensburg.-No he pensado ni la más mínima palabra. Ni siquiera le miré mientras se lo decía, un silencio sospechoso me hizo girarme y contemplar el gesto de Eidel Grossman.
-Ven conmigo.-Eso fue lo único que dijo. Me levanté de forma pesada y marché tras ella.
Entramos en otra cabaña  igual de endeble que la anterior, sólo que más iluminada, y con más personas: En ella estaban cinco hombres, dos mujeres y un niño. Dos de los hombres son jóvenes, los otros tres más adultos y uno de ellos muy entrado en años. Su gran barba me llamó la atención bastante. Era negra con trazas blancas, lacia y abundante. Al lado de éste se encontraban sentadas una chica y una mujer más mayor. Se parecían bastante, supongo que son madre e hija. Y luego el niño.  Dieciséis ojos me miraban con temor, extrañeza, y … ¿Odio?

-Esta es Diana.-Dijo Eidel Grossman.-Va a contarnos un par de cosas, ¿Verdad?.-miré y asentí tímidamente. Este es mi momento. Sé lo que debo hacer, y no voy a perder la oportunidad, debo contarles todo, pase lo que pase. Tomé asiento y tras respirar hondo, comencé:
-Soy Diana Weiss, una chica cuya única familia es su hermano. Él está lejos, en una Napola; y sé que morirá en el frente tarde o temprano. Llegué a Regensburg a principios de año, engañada por un hombre de identidad falsa. En realidad era un amigo de mi padre, que tras fallecer éste, se vió obligado a cumplir un compromiso: Conseguir que mi hermano recibiera la mejor cualificación militar y a mí, simplemente, llevarme a un lugar seguro y mantenerme hasta llegar a la madurez. Ingresé en el orfanato de la ciudad, en dónde conocí a Bruno Kramer, un chico que logró escapar del gueto de Bełchatów. Desconozco cómo llegó tan lejos. Él ocultó su origen, y así pudo sobrevivir. Un día de Enero, salí a la calle cuando observé cómo en medio de la plaza fusilaban a un hombre. Tras acabar el horrible espectáculo me di cuenta de que un libro estaba tirado en el suelo. Supuse que no era de nadie, así que no guardé. No pude leer su contenido, era un alfabeto distinto al mío y ni siquiera sabía cual. Hasta que Bruno lo encontró. Me rogó que se lo dejara, y me lo tradució. Era un diario. Parecía normal, pero en la última página leímos cómo el propietario escribió a dónde irían y por qué. Nada más enterarse de esto, mi amigo planeó ir al bosque en vuestra busca. Él no podía quedarse en el orfanato más tiempo, y deseaba unirse a la Resistencia francesa. La oportunidad de su vida se presentaba ante él como un... milagro.
Ambos huimos, aunque estaba claro que yo no tenía las mismas razones que él para dejar la ciudad; simplemente descubrí el engaño del que había sido víctima y consideré que lo mejor era desaparecer de allí. Llegamos al bosque sin ningún imprevisto, cuando un día después y contra todo pronóstico, os localizamos. Siendo sincera, jamás creí que pudiéramos dar con ustedes... Justo esa noche, mientras íbamos de camino, ese lobo atacó a Bruno y... No recuerdo más.

Todos estaban atónitos, el silencio inundaba la estancia hasta que el llanto de una de las mujeres lo rompió. -Eban...-Sollozaba. La que creo que es la hija de la mujer trata de consolarla, pero también se ve contagiada por la tristeza. Nadie habla, y la situación se vuelve incómoda, al menos, para mí. Jamás había hablado así de mí, sin tapujos, sin secretos. No me da temor decirles hasta el más recóndito de mis pensamientos. Lo único que deseo es que no nos consideren una amenaza, podamos unirnos a ellos y ... que Bruno pueda sobrevivir.
Dirijo mi mirada a Eire Grossman, la que ahora está algo rígida. Entonces el niño se levanta y se sitúa en frente mía.
-¿Lo tienes?-Inmediatamente entiendo a qué ser refiere.
-Sí, lo tengo en mi bolsa.-Respondo, con una media sonrisa.-Cuando quieras te lo devuelvo.-El chico mira hacia Eire Grossman al acto y ésta asiente. Contento, me coge de la mano y me lleva de vuelta al lugar en el que me desperté. Abro mi bolsa y me cercioro de que todas mi posesiones siguen intactas ¿Quién sabe? Afrotunadamente está todo. Entonces saco el libro y se lo entrego.
-¿Cómo te llamas?
-Evron. Gracias por cuidarlo.
-Cómo no hacerlo, ha sido algo muy valioso para Bruno.
-Es  posible, pero no está muy bien invadir la propiedad ajena, señorita Weiss.-Responde sarcásticamente. Suelto unas carcajadas, este niño no me cae tan mal como esperaba.
-Sí bueno, pero podrías perdonarnos, ¿No?

Nos quedamos un rato más charlando, sobre tonterías como mi gato, lo que echamos de menos los dulces y cosas por el estilo, propias de niños.

Ya han pasado dos días. Sólo he hablado con la hija de Eban, Breindel y obviamente con Eidel Grossman y su hijo. También me presentó a su otra hija, Freyde, a quién no ví cuando llegué. Pero nada acerca de los demás, la mujer de Eban se encerró y no ha salido nada más que para comer e igual con Arn Hasman, el padre de Evron y Aaron, su hijo mayor. En cuanto a Bruno... No tiene muy buen aspecto, necesita medicinas y las que tienen aquí no son suficientes, por desgracia. Nada más verle se me parte el alma, no puede morir... Eire Grossman fue en su momento enfermera, y ha sido la que le ha atendido desde el momento en el que llegó.

-Tiene una infección Diana, ¡y aquí no tenemos más que agua caliente y paños!
-¡No puedo dejar que se muera!.-La conversación ha sido agitada y yo ya no podía contener las lágrimas.
-Si quieres que viva, tendrás que conseguir medicinas.
-¿Qué? ¿Cómo?.-La mujer vacila unos instantes, pero su gesto severo vuelve y continúa.
-Vuelve a Regensburg y róbalas.-En ese momento me siento palidecer, aún así, tengo las fuerzas suficientes como para contestar.
-¿Y-Yo sola?
-Eso me temo.
-Pero... ¿Por qué? ¿Acaso no saben que hace cuatro días escapé de allí? ¡Me encontrarán!
-Yo no puedo hacer nada, de verdad.
-¡Si que puede! Sabe usted que es uno de los suyos, ¿verdad? Sabe que él es judío, como vosotros, ¡no podéis permitir que muera!-Caigo al suelo llorando desconsoladamente, esto no puede estar ocurriendo...-Necesita vuestra ayuda.-Susurro.
-Mira chica, corremos peligro con sólo teniéndoos aquí. Si alguien va a arriesgarse para salvar al chaval, eres, definitivamente, tú. Nosotros no podemos permitirnos el lujo de salir del bosque porque un chico esté herido. Te salvamos a tí, y a él no le podemos hacer más.-Esa voz no es la de Eire Grossman, si no la de un hombre. Al alzar la vista observo su barba, la misma barba que tanto me llamó la atención días atrás. Sus ojos mostraban dureza, como si quisiera parecer de roca.

-Disculpen.-Me levanto y salgo de allí lo más rápido posible. Entonces entro en la habitación (Si así puede llamarse) en la que un Bruno, pálido, sudoroso, herido y aún dormido lucha por respirar. Me siento a su lado, tomo un paño y tras quitar cuidadosamente su venda, estrujo un limón en su herida. Él se mueve, y su expresión se cambia a dolorosa en cuanto el líquido comienza a desinfectar.
Me duele verle así, sufriendo, entre la delgada línea entre lo vivo y lo muerto. Ahora me doy cuenta de lo mucho que dependo de él, de lo importante que se ha convertido para mí ahora que estamos en esto juntos. Acaricio levemente su pelo cuando de forma inesperada, abre los ojos, despacio y casi de forma costosa.
Cuánto tiempo he pasado sin ver ese iris azul, y cuánto lo he echado en falta. Sonrío y le tomo la mano, nerviosa.

-Eh, ¿qué haces aquí niña tonta?.-Habla con un hilo de voz, muy débil. Río y él antes esto, sonríe casi de manera imperceptible.
“Ver cómo mueres” Quise decir, pero eso no me ayuda ni a él, ni a mí.
-Quería ver si ya decidiste levantarte, dormiste mucho ¿Sabes? Tres días de nada...-Respondo, con la misma ironía con la que él comenzó a hablar.
-Hay que aprovechar, ya que no madrugaremos nunca más en nuestras vidas.
“Que pronto darán su fin” Quise volver a contestarle, pero en vez de decir nada, alcancé una botella de agua y se la extendí.
-Debes beber.-Y él, de un trago, la vació. Entonces caigo en la cuenta de que ha estado demasiado tiempo sin nutrirse. Rápidamente le pedí a Eire Grossman que le preparara algo (En definitiva, sopa) y mientras le curaba (Como podía) la mordedura, le contaba a Bruno lo que había ocurrido estos últimos días, ya que él no tenía la más mínima idea de quiénes eran y por qué seguíamos vivos.

-Es... increíble. Estoy maravillado, desde que leí el diario de...-Vacila.
-Evron.-Dijo el niño, con media sonrisa dibujada en su cara.
-Evron.-Repitió, devolviéndole el mismo gesto.-Quise venir, y dejar esa horrible ciudad en la que no podía ser yo mismo.
-Está bien, Bruno Kramer.-Dijo Arn Hasman.-Está bien.
Después se fueron, y me quedé a solas con él. El giro de los acontecimientos le había dejado simplemente atónito.
-¿Qué piensas de todo esto?
-Es sinceramente increíble, Diana, ¿No te das cuenta? Lo logramos.
-Quizá yo no me haya dado cuenta, pero estoy segura que tú estás igual que yo en lo que se refiere a eso.-Digo, señalando su torso. Ya era hora de dejar las cosas claras, que él está débil y que su esperanza de vida es escasa. Aunque suene triste, es la realidad.

-Pero Diana, esto...-No le dejo hablar y le interrumpo.
-Esto, es un problema.-Bruno deja escapar un suspiro y, deja caer su cabeza contra el colchón.-Tú mismo sabes que no estás bien.-Mis ojos se vuelven a cristalizar, cómo lo odio, es tan molesto... Un nudo en la garganta aparece, y aprieto fuerte los puños, la mandíbula, me tenso. Me restriego las manos por la cara e intento despejarme. Cuando dejo de llorar y mis lágrimas me permiten ver, observo a Bruno, mirándome con ojos tristes.
-No te pongas así por mí.-Pide. Verle de esa forma me pone peor, y vuelve el llanto de nuevo. Esta vez caigo sobre él, y le abrazo mientras acaricia mi pelo, de forma pausada. Desprende calor, mucho. Tal vez sea la fiebre, lo cual no es nada bueno.
 Un rato más tarde se queda dormido, y tras ponerle un paño de agua fría salgo afuera. Debo tomar una decisión, o arriesgarme y volver a Regensburg o dejar que muera. Si voy en busca de las medicinas y fallo, el morirá. Si me quedo, morirá. Pero, si regreso, vivirá. Al menos es lo más probable. Me duele la cabeza de forma excesiva, siento cómo la presión en mis sienes amenaza con explotar el cráneo y la sangre bombeando. Asqueroso, sí, y mis piernas tiemblan, frágiles. Mientras pensaba todo eso me dirigía hacia la cabaña en la que dormía, pero caí al suelo dándome con la frente, cosa que no agradecí demasiado, pues por si faltara poco, la jaqueca se convertiría en un traumatismo.

-¿Estás bien?.-Un chico de ojos grises y pelo oscuro me mira fijamente con preocupación. Creo que es el sobrino de Arn Hasman... No estoy segura.
-¿Jacob?
-Sí, te sabes mi nombre.-Contesta con una sonrisa.-Te desmayaste, ¿Cómo te encuentras?
-Ehh... Bien.-Murmullo.
-Estás pálida.-Dice. Resoplo e intento incorporarme, pero vuelvo a ver borroso y me quedo de nuevo sin fuerzas.
-¡Diana!.-Jacob me agarra más fuerte.-¿Has comido?
-Ayer por la mañana tomé algo.-Digo, aturdida.
-¿Ayer por la mañana? ¿¡Pero cómo se te ocurre!?-Grita alertado.-¡Evron, llama a tu madre, corre!.-¿Pero por qué se ha puesto tan alarmado? De verdad, hay cosas que no entiendo.
Eire Grossman junto con Jacob me ayudan a volver a mi cama y después me obligan a comer. Ellos tenían que hacer cosas, pero Evron se queda vigilándome. Se toma su tarea muy en serio, porque a pesar de mis ofertas y negociaciones, no cede.
-¡Vamos! No tengo hambre...-Me quejo.
-Señorita Weiss, como no te lo comas todo tendré que adoptar medidas drásticas.-Me espeta.
-Vaya...-Así que me rindo y engullo a regañadientes el resto. Intento reposar y, para mi sorpresa, encuentro a Breindel a mi lado, con una infusión en sus manos.
-Son hierbas, te sentarán bien. Aquí hay de todo, siempre que sepas algo de herbolería, obviamente.-Sonrío. ¿Esta chica siempre es tan dulce?
-Gracias, de verdad.
-No es nada. Bueno, tengo que irme a orar pero enseguida vuelvo para dormir, estoy agotada... Me ha dicho Freyde que cuidará de Bruno esta noche un poco, puedes estar tranquila.-Asiento levemente y me acomodo. Oigo cómo se marcha y regresa algo llamado sueño, que me atrapa y me obliga a cerrar mis ojos y vaciar mi mente.
A la mañana siguiente despierto abrumada, aturdida, presa de la confusión. Desde luego mi mente no ha estado vacía esta noche. Un sueño (O mas bien pesadilla) envenenó mis pensamientos. Recuerdo vagamente cómo Bruno empeoraba y yo me veía obligada a regresar a la ciudad en busca de una cura. Todo parecía ir bien, sin embargo al colarme en el hospital, encuentro a quién conozco como “Bertram Bayer”, que me persigue por todas las salas, esquivando camillas y enfermeras por todos lados.
Finalmente llego a una especie de habitación-despensa en dónde varios armarios de enormes dimensiones guardan miles y miles de medicamentos, todos con nombres inteligibles y confusos. Ante la inminente llegada del hombre, comienzo a coger todas las cajas de pastillas, botes de pomadas y agua oxigenada que puedo cargar. Pero entonces un musculoso y enorme lobo rompe la puerta.
Yo, asustada, aparto uno de los armarios por instinto, para crear una barrera entre ambos.
Y afortunadamente una trampilla se escondía tras él. Después de pasar por ella me sumo en un túnel oscuro del que no logro encontrar salida alguna, hasta que de pronto me encuentro en el bosque. Corro sin parar y llego al asentamiento en dónde se encuentra Bruno. Al entrar le veo, pero está muerto. Y mi mundo se viene abajo, y la imagen se funde en negro.


¿De verdad ha sido un sueño? Lo siento todo tan real que asusta. Tras todo esto llego a una conclusión: Es hora de regresar.

No quiero contarle nada a Bruno, lo más probable es que se oponga a mi decisión y todo se vuelva una discusión; por ello le pido a Arn Hasman (Quién parece estar al mando de todo) que me ceda algo de víveres para el camino a lo que acepta no muy convencido, tomo mi bolsa y me marcho.

El camino se vuelve peligroso y monótono, ir sola es algo bastante diferente a tener compañía. Los ruidos del bosque de madrugada resultan hostiles, y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando pienso en que tendré que pasar la noche aquí si no avanzo rápido.
Al cabo de las horas noto cómo los árboles disminuyen su concentración, y su altura y espesor son menores. Cansada, paro un poco para disfrutar de la luz solar de la tarde y reposar a la sombra.
 La brisa despeja mis ideas, aún no he planeado nada y está claro que sola no lograría conseguir mucho.
No conozco a nadie del hospital, lo cual complica aún más la situación.
Plagada de dudas y algo insegura, acampo para pasar la noche en el borde del bosque, una zona segura.
Sin embargo, me es imposible conciliar el sueño y, al no presentarme fatigada, reanudo mi marcha, esta vez más lenta y confusa, debido a la oscuridad.
No sé si llevo horas o minutos andando, cuando diviso una tenue y tímida luz que aparece de la nada. Estoy desorientada así que, por instinto, me dirijo hacia allí. Poco a poco, no sé si es porque la luz de la madrugada comienza a asomar el horizonte o simplemente que me voy acercando a mi destino, comienzo a distinguir una silueta de lo que parece ser una casa. Una casa de campo. La luz proviene del porche, y sin apenas pensarlo, ya estaba llamando a la puerta.
“Oh, Diana, eres una estúpida” Pienso. “Seguro que ahora quien sea quien abra la puerta empezará a hacer preguntas y ni siquiera te has inventado una coartada.” Pero entonces, un anciano alto y escuálido abre.
-¿Quién eres?-Pregunta.-¿Sabes que son las 3 de la mañana, verdad?.-”No, no tengo reloj, señor. Por si no se ha dado cuenta, estoy en medio del campo, sola y de noche. ¿Usted cree que tengo tiempo de mirar un reloj que no tengo?” Ojalá pudiera haberle dicho eso, aunque por otra parte le comprendo, a mí tampoco me gustaría que alguien llamara a mi casa en plena noche.
-Perdone, pero... Me perdí y la luz de su porche estaba encendida, así que me dejé guiar por ella y llegué a aquí.-Aún el hombre mayor se estaba restregando los ojos cuando terminé de explicarle. Lo más probable es que me deje aquí fuera, no fué oportuno llamar a estas horas.
-Pasa, chica, pasa. No te quedes ahí pasmada y entra.-Dice, abriendo más la puerta y ambos pasamos al interior de la casa. Es más grande de lo que pensaba, no aparentaba para nada tener tantas habitaciones. Era algo humilde, pero aún así parecía cómoda. Ambos nos sentamos en las silla del comedor frente a la estufa.

-Y bien, ¿Cómo te perdiste?.-Preguntó, interesado.
-Iba de excursión con el colegio cuando nos dispersamos y bueno... Llevo desde ayer deambulando por el bosque tratando de salir, y cuando lo conseguí vi la luz de su casa.-Improvisar tampoco se me da tan mal, ¿No? El hombre asentía, aún con el sueño en su cara.
-Te traeré algo de beber. ¿Quieres leche?
-Sí, por favor.-Hacía ya bastante que no la probaba, y deseaba volver a tomar. Tras el recibimiento, el anciano me acomodó en una de sus habitaciones y aproveché para lavarme un poco, me sentía realmente relajada y bien.
Después se volvió a dormir y yo por fin pude descansar en una cama normal.
Aún era por la mañana cuando desperté. Me costó un poco recordar lo ocurrido, ni siquiera sabía dónde estaba, hasta que miré la ventana y me dí cuenta del campo en el que estaba la casa. Tras desayunar debidamente, “mi hospedador” y yo nos presentamos.

Se llama Arnold Rauch, es un campesino que se dedica al cultivo de patata, pero debido a su edad, ha tenido que contratar a alguien para hacer el trabajo. Se siente muy orgulloso de haber creado su pequeño negocio sin ayuda alguna, y cuando le pregunté sobre la familia nada más me comentó que su mujer y sus dos hijas le habían abandonado muchos años atrás y daría lo que fuera por volver a verlas. ¿Triste? Desde luego. Pero nadie sospecharía nada sobre su pasado, tan vivo y alegre como hasta ahora se ha mostrado conmigo.
-Le agradezco su hospitalidad, señor Rauch.
-Llámame Arnold, Diana. Y, es un placer. Tu compañía ha sido más que agradable. ¿Sabrás volver a casa?
-Sí, recuerdo el camino.-Miento. Entonces se me ocurre una idea.-Por cierto, “Arnold”, no querría abusar de usted, pero mire, llevo dos días molesta, al parecer cuando me perdí tropecé y me dí contra el suelo en la cabeza.-Y le muestro un cardenal en mi sien, el que me salió cuando me desmayé.-Si tuviera algo para calmar el dolor... De seguro el camino me resultará más ameno.-Y para rematar hago una media sonrisa.
-Oh claro, mira, ahí en el baño de mi habitación tengo un botiquín con algunas pastillas que uso para mi dolor de espalda entre otras. Quizás alguna te sirva. Yo voy a prepararte algo de comer para el viaje, está cerca pero no creo que llegues hasta el mediodía.-Aprovechando que no me supervisa, llego al baño y abro el botiquín.
Genial.
 Cojo varias gasas y vendas, algún parche y alcohol. En el estante de arriba encuentro varias cajas, las alcanzo y empiezo a leer rápidamente sus nombres, y entre ellos la penicilina.
 Justamente es lo que Bruno necesita. Sonrío y me lo echo en la bolsa junto con lo demás. Al volver a la cocina me despido de Arnold, le doy las gracias una vez más y pongo rumbo al bosque, asegurándome primero de que no me observa ni nada por el estilo.

El camino de vuelta se me hace interminable y realmente insufrible. Sólo deseo llegar y curarle la herida, ver cómo se recupera, cómo vuelve a ser el de antes. Ya es prácticamente de noche cuando creo estar cerca. Mi orientación no es muy buena, pero recuerdo más o menos el camino que tomé ayer.
 Decido subir a un árbol, cosa difícil pero al fin consigo ascender lo suficiente como para poder divisar la humareda y la luz que desprende la hoguera. Estoy casi allí, pero necesito dormir un poco, he estado corriendo y andando muy rápido todo el día.
Sólo he dormido unas horas, pues aún es de noche. Tras comer algo me pongo en marcha y ya de madrugada, llego.
-¡Diana! Lo conseguiste.-Exclama Jacob, sonriente.
-Sí, ¿Y Bruno?.-Pregunto, mientras me dirijo hacia donde está.
-No se mucho, pero oí que tenía fiebre.-Responde, encogiéndose de hombros. Acto seguido entro, y veo cómo Eire Grossman le aplica un paño húmedo en la frente cuidadosamente.
-Traigo penicilina.-Entonces gira la cabeza y me mira, asombrada.-¿Llegaste?
-Sí. Las explicaciones luego, nos falta tiempo.-Digo, mientras saco las cosas de la bolsa.
Ella asiente, cierra la boca y vuelve a ser la profesional que un día fue. Tras aplicarle el medicamento y cambiarle la venda me quedo un rato con él. Ojalá despierte, y aunque se que debe descansar, necesito ver esos ojos y comprobar que el esfuerzo ha merecido la pena.